Un personaje histórico desde varias perspectivas: Ricardo
Corazón de León en literatura, cine, crónicas y documentos
A historical person from several points of view: Richard Lionheart in literature, cinema, chronicles and documents
Francisco Saulo Rodríguez Lajusticia
Universidad de Cantabria
Departamento de Historia moderna y contemporánea
Facultad de Filosofía y Letras. Edificio Interfacultativo
Avda. de los Castros, 52. 39005 - Santander
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9194-8360
Fecha de envío: 21/06/2020. Aceptado: 10/09/2020
Referencia: Santander. Estudios de Patrimonio, 3 (2020), pp. 297-330
DOI: https://doi.org/10.22429/Euc2020.sep.03.09
ISSN 2605-4450 (ed. impresa) / ISSN 2605-5317 (digital)
Resumen: Ricardo I de Inglaterra, conocido como Corazón de León, es uno de los personajes más famosos de la Historia y también de los más legendarios. Presente en muchas novelas y películas como un héroe de las cruzadas o destronado por su hermano Juan en época de Robin Hood, su visión ha ido cambiando y sus actos se han juzgado mucho más severamente con el paso de los años. El contraste de lo que la literatura y el cine nos han contado con el escaso patrimonio documental que existe sobre el rey es lo que se realiza en este artículo.
Palabras clave: Ricardo Corazón de León; novelas; cine; cruzadas; Inglaterra medieval; Walter Scott; Robin Hood; crónicas; documentos.
Abstract: Richard I of England, known as the Lionheart, is one of the most famous and legendary people in History. He appears in a lot of novels and movies as a hero of the Crusades or as a dethroned king by his brother John in the time of Robin Hood. His description has been changing and his acts have been judged more severely over the years. The main purpose of this study is to contrast what literature and cinema showed with the scarce documentary heritage about this king.
Keywords: Richard Lionheart; novels; cinema; crusades; Medieval England; Walter Scott; Robin Hood; chronicles; documents.
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1. Introducción
Ricardo I de Inglaterra, universalmente conocido como Ricardo Corazón de León, es sin ninguna duda uno de los personajes más famosos de la historia universal. Extraño resulta encontrar a alguien que no lo haya oído nombrar en alguna ocasión, aun cuando sus conocimientos sobre él sean mínimos o ni siquiera existan. Ricardo Corazón de León ha sido para muchos uno de los protagonistas de nuestra infancia o adolescencia y lo fue encabezando numerosas aventuras frente a los musulmanes o como alguien a quien su hermano había arrebatado injustamente el trono de Inglaterra.
Así lo conocimos muchos gracias al cine, a la literatura o incluso a los tebeos de aventuras como el que le dedicó el calandino José Repollés Aguilar con su habitual seudónimo de Joseph Lacier1. Como en los grandes héroes de nuestra infancia que en la actualidad han sido sustituidos por los personajes creados por Marvel, no había puntos medios en ellos y los buenos eran muy buenos y los malos muy malos. Ricardo Corazón de León siempre era el bueno y era algo sobre lo que no había discusión.
Esta caracterización por lo general positiva del monarca inglés le debe mucho sin ninguna duda al Romanticismo y a la particular forma de escribir nuestro pasado que surgió a partir del siglo XIX, lo que afectaría, como no podía ser de otra manera, a la literatura con el surgimiento de una nada despreciable cantidad de novelas históricas a partir de este momento o a una industria cinematográfica que, desde el primer momento, encontró en el pasado un auténtico filón para rodar todo tipo de historias, aun cuando fuera reinventándolas en su totalidad.
En la actualidad, las más recientes tendencias historiográficas ya no solo se centran en la reconstrucción del pasado a partir de las fuentes primarias, sino que también se está prestando últimamente una importancia cada vez mayor a cómo se ha recreado este pasado en diferentes medios. Publicaciones como la editada por Mónica Bolufer, Juan Gomis y Telesforo M. Hernández sobre la relación entre historia y cine2 o cursos como el que la Universidad de León ha realizado en julio de 2020 sobre la Edad Media a través del cine y de los videojuegos3 constituyen una muestra más que evidente de cómo estas nuevas perspectivas se han ido abriendo paso a lo largo del tiempo.
Ricardo Corazón de León ha hecho correr ríos de tinta por parte de unos y de otros y ha provocado entre los historiadores de muy diferentes épocas valoraciones muy diferentes. John Gillingham las ha sintetizado magistralmente en su completísima monografía sobre el monarca inglés:
“De acuerdo con Ranulfo Higden, autor del siglo XIV de una historia del mundo que fue al mismo tiempo erudita y popular, los bretones se jactaban de su Arturo al igual que los griegos de su Alejandro, los romanos de su Augusto, los ingleses de Ricardo y los franceses de Carlomagno [...] Durante los últimos doscientos o trescientos años, las opiniones ortodoxas han sido más duras con Ricardo. ‘Ciertamente fue uno de los peores gobernantes que jamás tuvo Inglaterra’ [...] Para Hume, Ricardo estaba ‘tan movido por la pasión y tan poco por la política’, era ‘negligente’, ‘irreflexivo, insensato, violento’ [...] Por tanto, sus súbditos ‘tenían razones para recelar, dada la continuidad, durante su reinado, de una perpetua escena de sangre y violencia’. Para Gibbon, ‘si el heroísmo se confina al valor brutal y feroz, Ricardo se encumbrará entre los héroes de su tiempo’ [...]
El gran erudito decimonónico, William Stubbs, pensaba que ‘tratándolo con toda indulgencia, fue un mal gobernante; su energía, o mejor dicho, su inquietud, su amor por la guerra y su genio para ella, lo inhabilitaban de modo efectivo para ser pacífico, y su evidente carencia de sentido común político, para ser prudente’. Para el más influyente historiador inglés en el tema de las cruzadas, sir Steven Runciman, aunque Ricardo fue un ‘soldado espléndido y galante’, también fue ‘un mal hijo, un mal marido y un mal rey’”4.
Es más que evidente cómo hay una diferencia muy acusada entre las opiniones de estos historiadores y lo que la inmensa mayoría de las novelas y del cine nos han transmitido. No procederé a realizar un exhaustivo estado de la cuestión sobre las opiniones que se han vertido sobre este monarca a lo largo del tiempo, puesto que se trata casi siempre del primer capítulo de cualquiera de los muchos estudios que se le han dedicado, pero sí que, asumiendo este fuerte contraste, confrontaré las visiones que han arrojado unos y otros, profundizaré sobre cuáles son los motivos que se esconden detrás de determinadas interpretaciones y haré hincapié sobre un tema de importancia capital que, en mi opinión, no siempre se ha puesto de relieve con la insistencia que es necesaria y que consiste en la notable escasez de documentación que hay sobre el periodo.
2. Ricardo Corazón de León en Walter Scott y en algunas novelas posteriores
Sería tremendamente ingenuo pensar que pueda abordarse en un artículo de estas características todas y cada una de las apariciones que ha tenido un personaje sobre el que, como decía antes, se han escrito multitud de novelas, obras de teatro e incluso cómics. Simplemente esta cuestión proporcionaría material suficiente como para escribir una tesis doctoral y lo mismo podría decirse del apartado dedicado al cine, por lo que reduciré enormemente cada una de estas dos partes, sin duda mucho más de lo que sería deseable, a una selección de referencias que considero que son representativas de lo que quiero señalar y que, a su vez, reflejan las distintas mentalidades de diferentes momentos a lo largo de estos últimos doscientos años.
En este sentido, se perfila como completamente obligatorio comenzar con Walter Scott, el considerado por muchos como el padre de la novela histórica. En lo que se refiere a Ricardo Corazón de León, son dos las novelas de Scott en las que aparece: la primera, Ivanhoe (1819), que se ubica a su vuelta de las cruzadas cuando fue apresado por Leopoldo de Austria e Inglaterra estaba gobernada por su hermano Juan Sin Tierra ‒ya habrá ocasión de hacer matizaciones sobre esto‒; la segunda, El talismán (1825), que retrocede atrás en el tiempo y se ambienta en la tercera cruzada.
Sin profundizar por el momento en nada y quedándose con una primera impresión, cualquiera que lea las dos novelas y que lo haga en el orden en el que fueron publicadas se encuentra en primer lugar con una en la que el rey Ricardo no es más que uno de los diversos personajes camuflados que aparecen, mientras que la segunda es lo que hoy definiríamos como una precuela que sí concede al monarca el protagonismo exclusivo del que no disfruta en la primera5.
Empezando por Ivanhoe, más que de una novela hablamos de un auténtico fenómeno cultural de los siglos XIX y XX, cuya primera edición vendió diez mil copias en las dos primeras semanas6 y que todavía a finales del siglo pasado seguía siendo para muchos un héroe en tanto en cuanto simbolizaba, en opinión de Luis Alfonso Hernández y de Luis Sánchez, “la rebelión, el desafío al orden instituido, especialmente cuando es injusto; la camaradería o amistad en pro de un ideal común; el arrojo ante el peligro, la generosidad con los débiles [...] la lucha por la libertad, el nacionalismo, el idealismo amoroso, la acción como método... ”7.
Ivanhoe ha hecho correr ríos de tinta entre los historiadores para negar su valor, especialmente por parte de aquellos que desprecian la capacidad de la literatura y del cine para hacer recreaciones auténticas de nuestro pasado. Efectivamente, está completamente fuera de duda de que Walter Scott cometió una serie de inexactitudes históricas serias que han sido muy bien sintetizadas por Enrique García y que son fundamentalmente dos: por un lado, la confrontación entre sajones y normandos que ya no existía a finales del siglo XII y, por el otro, el tratamiento que recibe Juan Sin Tierra, presentado como un príncipe durante la ausencia de Ricardo cuando realmente nunca dejó de actuar como el conde de Mortain y cuando la usurpación que todas las historias de Robin Hood nos han hecho ver sería en realidad algo, cuando menos, bastante matizable, si no cuestionable8. Sobre todo esto volveré más adelante.
Teniéndolo en cuenta y no perdiéndolo de vista, creo que la negación radical de absolutamente todo lo que Scott cuenta en Ivanhoe se trata también de una postura extrema si se tiene en consideración que cita personajes que existieron en la realidad cronológicamente ubicados de forma acertada ‒aun cuando los entremezcle con otros que sí son ficticios‒ y si se valora en su justa medida que algunos temas como, por ejemplo y entre varios, el antisemitismo o el recelo que empezaban a despertar unas órdenes militares cuya eficacia en Tierra Santa llevaba ya bastante tiempo poniéndose en entredicho son cuestiones que sí están muy bien reflejadas en la novela9.
Más allá de la mayor o menor exactitud con la que Walter Scott reflejó la Edad Media, la clave para entender lo que tenemos entre manos consiste en darse cuenta cómo sajones y normandos no son aquí otra cosa más que una representación simbólica de ingleses y escoceses que, en opinión de Scott y según Chris Worth, estaban mejor juntos que no separados, motivo por el cual Ivanhoe no deja de ser una novela escrita durante el apogeo de los nacionalismos del siglo XIX que aboga por la unión de todos estos elementos disidentes en beneficio de una nueva nación10.
En concordancia con este mensaje, Ricardo Corazón de León tiene una importancia capital no tanto durante el desarrollo de la trama argumental, sino en la parte final como un elemento unificador de disidencias y como algo novedoso que rompe con la época anterior y que abre una nueva. En palabras de Joseph Duncan, “Ivanhoe and Richard are the pivotal characters who indicate the possibility of a better future”11. Si se tiene en cuenta esto, es evidente que no tiene sentido que Walter Scott hubiera descrito al rey Ricardo como alguien lleno de defectos o con luces y sombras, sino que lo que a él le interesó fue más bien mostrar al héroe que simbolizaba el brillante porvenir que le aguardaba a Inglaterra si era capaz de superar las desuniones internas.
Remarcar con rotundidad las diferencias entre el antes y el después de Ricardo y dar una sensación de completo caos durante su ausencia ‒demonizando en parte también a Juan Sin Tierra, aunque esto sea otro tema sobre el que no profundizaré‒ se convierte por lo tanto en algo fundamental para que encaje el mensaje que quiere transmitir Walter Scott. Ricardo es el deseado, Ricardo es lo que necesita una Inglaterra que va a la deriva:
“Sus afligidos vasallos tenían más deseos que esperanzas de su regreso a Inglaterra, después de tan largo cautiverio, por hallarse sometidos también a una opresión, tanto más insufrible cuanto que la ejercían manos subalternas. Los nobles, cuyo poder se había acrecentado extraordinariamente [...] habían recobrado y extendido su antiguo predominio; y no satisfechos con despreciar la autoridad, cada vez más débil, del Consejo de Estado de Inglaterra, sólo se ocupaban en fortificar sus castillos y posesiones”12.
Cuando se habla de Tierra Santa y de las cruzadas, Ricardo Corazón de León se presenta como alguien que no ha tenido rival y cuyas hazañas son cuasi legendarias, tal y como narra un peregrino en las primeras páginas:
“A nadie ceden los caballeros ingleses del ejército de Ricardo [...] Digo ‒repitió con voz firme y decidida‒ que a los caballeros ingleses no aventajan ninguno de cuantos han sacado el acero en defensa de Sión; y digo además, porque lo he visto, que el rey Ricardo en persona, con otros cinco caballeros, sostuvieron un torneo después de la toma de Jerusalén, desafiando a cuantos se presentasen; y digo que en aquel día cada caballero corrió tres carreras, y echó al suelo tres antagonistas”13.
Finalmente, y sin posibilidad de detenernos en la multitud de detalles de indudable interés que contiene Ivanhoe, el mensaje de Scott cala cuando sajones y normandos ponen fin a sus diferencias y el misterioso caballero del candado le pregunta al sajón Cedric si conoce a Ricardo Plantagenet:
“‒ ¡Ricardo de Anjou! ‒exclamó Cedric dando un paso atrás, atónito y confuso.
‒ No, noble Cedric: Ricardo de Inglaterra, cuyo más vivo interés, cuyo más vehemente deseo, es ver unidos a todos los que la Providencia ha colocado bajo su protección. ¡Y qué! ¿No doblas la rodilla a tu soberano?
‒ Jamás se dobló ante la sangre normanda ‒respondió Cedric.
‒ Reserva, pues, tu homenaje ‒dijo el rey‒ para cuando veas que mi protección abraza igualmente a normandos y a ingleses”14.
Michael Ragussis afirmaba cómo en esta novela multitud de personas se veían en la obligación de ocultar su identidad, de ir disfrazados y de esconder sus rostros, lo que ya no sería necesario en la nueva Inglaterra que unifica Ricardo en su parte final15. Aunque ciertamente la aparición de personajes disfrazados no es ni mucho menos exclusiva de Ivanhoe sino que fue un recurso relativamente frecuente en las narraciones de Scott, lo cierto es que no puede estar más atinado este autor en su observación del antes y el después de toda esa situación política ficticia que describió el novelista escocés.
Mucho menos famosa fue su novela El talismán, que, tal y como he dicho, nos traslada a la época de la tercera cruzada y acaba de presentarnos a Ricardo Corazón de León como el ser más noble que pueda imaginarse y como al auténtico motor de la cruzada, en tanto en cuanto su autor sugiere abiertamente que esta estaba detenida cuando el monarca inglés se encontraba enfermo y que no se reactivó hasta que se recuperó. De entrada, esta es ya la primera gran imprecisión histórica de la novela y, desde luego, gracias a ella, Walter Scott fue uno de los grandes culpables de que se creyera que el rey Ricardo había sido su único protagonista glorioso en comparación con las actuaciones grises de todos los demás.
Nada más lejos de la realidad. No es posible abordar a continuación todo lo que se ha escrito sobre las cruzadas y sobre la actuación de Ricardo en Tierra Santa, un tema bastante controvertido ante la ausencia de documentación y la existencia de testimonios contradictorios, si bien no dejan de ser interesantes los datos que da Andrew Jotischky indicando que las tropas inglesas se batieron en retirada en más de una ocasión, que la violencia que estas ejercieron fue mucho más allá de lo comúnmente admitido y que la iniciativa de muchas acciones la llevó realmente el rey de Francia, mientras el de Inglaterra siempre actuaba con posterioridad o directamente no lo hacía por encontrarse enfermo16.
Con todo, Scott no tiene ninguna duda a la hora de caracterizar a Ricardo Corazón de León como un ser virtuoso que no tiene ningún temor a permitir que un misterioso médico árabe ‒Saladino disfrazado‒ le cure de su enfermedad, dando órdenes de que nadie le haga nada en el supuesto de que fallezca tras aplicarle el remedio que sólo este personaje oriental conoce:
“El árabe le alargó su mano sin vacilar, y sus largos, delgados y obscuros dedos permanecieron un momento aprisionados y casi quemados dentro de la ancha mano del rey Ricardo.
‒Su sangre late como la de un niño ‒dijo el rey‒; no debe latir así la de un hombre que quiere envenenar a un príncipe. De Vaux: tanto si vivo como si muero, despide a este Hakim con honor y seguridad. Amigo, saluda de mi parte al noble Saladino. Si muero, moriré sin dudar de su lealtad; si vivo, le daré las gracias de la manera que un guerrero quiere que se las den”17.
Uno de los rumores que siempre circuló sobre Ricardo Corazón de León es que había instigado el asesinato de Conrado de Montferrat, gran rival del monarca inglés que había sido elegido rey de Jerusalén pocos días antes de su muerte. La historiografía, de acuerdo con las crónicas, coincide en su inmensa mayoría en que este crimen fue cometido por la secta islámica de los nizaríes o asesinos, pero, como han destacado Gérard Chaliand y Arnaud Blin, esto benefició enormemente tanto a Ricardo como a Saladino18.
Preparando el terreno, Walter Scott descarga al rey inglés de cualquier responsabilidad en este asunto y nos presenta al personaje como un conspirador peligroso que constantemente había estado buscando la desestabilización de las tropas cristianas:
“‒Tranquilizaos ‒dijo Conrado de Montserrat‒; antes de que ese médico, si no recurre a una especie de milagro, tenga tiempo de acabar la curación de Ricardo, será posible hacer surgir una abierta ruptura entre el francés, o por lo menos el austríaco, y sus aliados de Inglaterra, de manera que la divergencia sea irreconciliable; y aunque Ricardo se levante de su lecho, será quizá para tomar el mando de sus propias tropas nacionales, pero jamás, por sus solas fuerzas, para hacerse cargo de la totalidad de las tropas de la Cruzada”19.
En definitiva, El talismán constituye el colofón perfecto a algo a lo que Walter Scott había dado comienzo con Ivanhoe y que consistió en un ensalzamiento de la figura de Ricardo Corazón de León que caló con notable fuerza en multitud de generaciones posteriores que leyeron sus novelas o que las conocieron a partir del cine20. Como el propio escritor escocés sentenció para rematar su propósito, “la posteridad podrá acusar a Ricardo de impetuoso y arrebatado; pero también dirá que cuando pronunciaba una sentencia era justo cuando debía serlo y clemente cuando podía”21.
Si esta fue la impresión general sobre Ricardo Corazón de León a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX a nivel popular, que no tanto a nivel historiográfico como apuntaba, esta consideración de héroe, que también era la predominante en el cine de esta época, empezará a matizarse progresivamente. No es que de la noche a la mañana el monarca inglés se hubiera convertido en un villano, pero, desde luego, la visión que de él había dado Walter Scott empezaba a resquebrajarse, aunque por el momento fuera algo quizá exclusivo de autores provocadores que rompían con lo tradicional.
En este sentido, descuella sobre todo Gore Vidal y En busca del rey, una novela que, según él mismo reveló, escribió en Italia en 1948 mientras recorría todo el país en un jeep con el dramaturgo Tennesse Williams22. Aunque él mismo la consideraba como su primera novela histórica (“my first historical novel”, en palabras textuales suyas23), lo cierto es que, en sentido estricto, no lo es, puesto que la trama principal se ambienta en una Austria plagada de monstruos, dragones, vampiros y hombres lobo, lo que ha llevado a afirmar a Jörg Behrendt que nos encontramos ante un cuento de hadas24, mientras que Susan Baker y Curtis S. Gibson lo han calificado como un romance medieval sin que llegue a ser tampoco una historia de amor25.
Prescindiendo de todos los elementos fantásticos que contiene la novela, esta narra la teórica búsqueda que el trovador Blondel de Nesle realizó por Europa central de un Ricardo que, a la vuelta de la cruzada, había sido apresado por Leopoldo de Austria. Según cuenta la tradición, Blondel recorrió sus dominios cantando bajo las ventanas de los castillos para ver si Ricardo lo oía. Cuando llegó al de Dürnstein, el rey lo oyó, se asomó por la saetera de la estancia en la que estaba, se puso a cantar y, de esa manera, Blondel supo dónde retenían a su rey26.
Esta historia, con la que se abre también la versión cinematográfica de Ivanhoe de 1952, no es más que una leyenda puesto que, como explica Jean Flori, a los que habían capturado a Ricardo no les interesó en ningún momento mantenerlo en secreto, sino que “no ocultan en absoluto su hazaña; la publican incluso por todo lo alto, para que nadie la ignore”27. El propio Vidal lo aclara en su prólogo:
“La búsqueda de Ricardo por parte de Blondel fue una invención de la Crónica de Reims, un texto del siglo XIII. Como suele suceder, los hechos no tuvieron nada que ver con el presente relato. Según todas las versiones, Ricardo fue capturado por el austríaco Leopoldo, descubierto por una comisión inglesa constituida al efecto, juzgado por una corte y devuelto a su país después de pagar el primer plazo de un generoso rescate. Blondel, un poeta cortesano entrado en años, nunca figuró en este delicado manejo político”28.
Con todo, al igual que sucede con las novelas de Walter Scott, no se trata tanto de evaluar la veracidad histórica, sino de centrar la mirada en cómo fue descrito Ricardo Corazón de León y en mostrar cómo esta imagen fue evolucionando a lo largo del tiempo. El Ricardo que describe Vidal ya no es el héroe que nos presentó Scott, sino que es alguien “colérico como de costumbre”, el que su propio trovador sospecha que asesinó a Conrado de Montferrat, alguien a quien no le gustaba vivir en Inglaterra y que fue objeto de la maldición de su padre29, el ejecutor de casi tres mil prisioneros porque “era necesario [...] eran sólo paganos”, un rey que “al acceder al trono había vendido episcopados, había confiscado propiedades de nobles que no le caían en gracia para venderlas en provecho propio” y que, si había hecho las paces con Escocia, había sido “por una suma de dinero”30.
Lejos de cualquier heroísmo o incluso patriotismo de épocas pasadas, la visión que da Gore Vidal de las cruzadas, mucho más acorde con lo que se piensa en la actualidad, dista mucho de la descripción que de ellas había dado Walter Scott:
“Todas las naciones de Europa ambicionaban dominar el Oriente, y alguien había tenido la feliz ocurrencia de recordar que Jerusalén albergaba el sepulcro de Cristo, de modo que los reyes reclutaron ejércitos, recibieron la bendición papal y, acompañados por obispos mitrados, zarparon hacia Palestina, donde combatieron contra las gentes de tez oscura seguros de la justicia de su causa [...] Ricardo, al menos, no era hipócrita en privado, y Blondel se alegraba de ello. El rey siempre hablaba en términos de pillaje, rutas comerciales y posiciones estratégicas [...] También era una idea atinada, sabía Blondel, porque así los caballeros tenían un lugar adonde ir, un lugar donde los jóvenes podían luchar y matar sin temor a ser censurados, donde podían ejercer su bravura y ser bien recompensados, donde podían convivir, practicar juntos la violencia”31.
No sería tampoco muy exacto decir que todo lo que Gore Vidal afirmaba sobre Ricardo Corazón de León era negativo, puesto que en algunos casos el autor le atribuye algunas virtudes como que “era indiferente al frío, como correspondía a un rey” (p. 53) o que, tal y como lo describe una dama, “es un hombre tan encantador, realmente...creo yo” (p. 201), si bien a nada de esto le falta el contrapunto cuando matiza que esos encantos los exhibía cortejando a las mujeres delante de sus maridos (p. 106) o cuando pone en boca de Blondel hazañas inverosímiles que apuntan más a la parodia que al ensalzamiento:
“Pero ese día Ricardo parecía alto como una torre, y por momentos creí que de su boca saldrían fuego y humo en vez de palabras. Lo recuerdo gritando y maldiciendo mientras se internaba en una callejuela con sólo un puñado de hombres, muy lejos de su ejército. Cien sarracenos esperaban en el extremo de la calle y él los mató a todos: la sangre fluía por las calles y su espada humeaba...”32.
Con el paso del tiempo, la visión de las cruzadas y del rey Ricardo Corazón de León en la literatura ha ido desprendiéndose cada vez más de la pátina heroica con la que fue retratado en los tiempos del Romanticismo. El monarca inglés ya no aparece en ningún sitio como el protagonista de grandes hazañas a la par que la superioridad moral y los mayores derechos de los cristianos frente a los musulmanes en la conquista de Tierra Santa son ideas que ya no defiende prácticamente nadie que aborde estos temas con un mínimo de objetividad.
En lo que llevamos de siglo XXI, las historias ambientadas en las cruzadas ‒que no tanto en la Inglaterra gobernada por Juan Sin Tierra a la que regresó Ricardo‒ han seguido escribiéndose con mayor o menor protagonismo del monarca inglés. Quizá las más representativas son las que el escritor sueco Jan Guillou escribió a caballo entre finales del milenio anterior y comienzos de este dedicadas al personaje de ficción de Arn Magnusson.
Miembro de la orden del Temple como consecuencia de haber sido condenado por mantener relaciones sexuales con una mujer con la que no estaba casado, Magnusson recala en Tierra Santa procedente de su Suecia natal y allí tiene contacto personal con Ricardo Corazón de León. Siguiendo por consiguiente la estructura habitual de muchas novelas históricas, el personaje de ficción es el que entra en contacto con los auténticos, a los que llegamos a conocer a través de su punto de vista.
Las descripciones que Guillou hace del rey inglés van un poco en la misma línea de Gore Vidal, calificándolo como “furioso”, “infantil” y “carnicero” en El caballero templario33, acusándolo de obligar a jóvenes poco experimentados a lanzarse a luchar contra profesionales con los riesgos que ello suponía para su vida34 o indicando cómo “ese hombre, cuyo nombre era Ricardo Corazón de León, un nombre maldito por siempre jamás, había preferido divertirse en una negociación decapitando a tres mil prisioneros antes de cobrar el último pago que había pedido en rescate por ellos, que llevarse la Verdadera Cruz de vuelta a la cristiandad”35.
En definitiva, aunque no cabe duda de que podrían destacarse muchos más casos si este artículo fuera exclusivo de literatura, lo cierto es que los ejemplos señalados muestran, a mi juicio, cómo la figura de Ricardo Corazón de León ha ido experimentando un progresivo proceso de erosión en su popularidad muy parejo al que se puede observar en el cine.
3. Ricardo Corazón de León en el cine
Luis Miguel Carmona incluye a Ricardo Corazón de León entre su selección de los cien personajes históricos que más han aparecido en el cine, destacándolo en muy diversas realizaciones que van entre 1913 y 200536. Efectivamente, su popularidad, acrecentada por la influencia de Walter Scott a la que he aludido en el apartado anterior, le han llevado a aparecer en dos grandes tipos de películas: en primer lugar, en la inmensa mayoría de las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de las historias de Robin Hood y, en segundo, en aquellas cuya acción se ha trasladado a Tierra Santa para recrear la tercera cruzada.
Aunque probablemente desde el punto de vista temático sería más coherente abordarlas en función de qué historia están contando, me interesa especialmente reflejar cómo, al igual que en la literatura, se fue operando progresivamente un cambio de mentalidad con respecto al monarca conforme fue avanzando el siglo XX, motivo por el cual realizaré un recorrido cronológico. No resulta nada complicado darse cuenta de cómo hay una diferencia muy marcada entre la primera mitad de la centuria y la segunda.
Empezando por las principales películas anteriores a los años cincuenta, la primera que merece una especial atención fue Robin Hood (Allan Dwan, 1922), protagonizada por Douglas Fairbanks, uno de los grandes pioneros de la industria cinematográfica al ser uno de los fundadores de la productora United Artists junto a su mujer Mary Pickford, David W. Griffith y Charles Chaplin.
De forma totalmente acertada bajo mi punto de vista, Frank McLynn ha destacado una dicotomía muy marcada en las historias que se han hecho sobre Ricardo Corazón de León y sobre Juan Sin Tierra, de manera que el primero siempre ha sido presentado como el virtuoso y honrado frente al celoso y ruin de su hermano que, además y para más inri, cometió la osadía de intentar usurparle el trono37.
Este contraste intencionado se pone de manifiesto al máximo en esta película con un Ricardo, interpretado por Wallace Beery, jovial, honesto, campechano, generoso y siempre dispuesto a la diversión frente a un Juan intrigante, envidioso y de constante rictus serio al que da vida un actor, Sam De Grasse, que más adelante se especializaría en papeles de villano.
Durante la primera media hora la película es un completo desfile de fiesta y alegría, muy en la línea de las que se celebraban en los felices años veinte de la pasada centuria, con multitud de amantes en todos los rincones del castillo y plena diversión por parte de todos. Esta es la Inglaterra de Ricardo Corazón de León, la de la alegría, aquella en la que nunca hay ningún problema.
Frente a esta visión, la segunda media hora de película constituye la perfecta antítesis de lo que hemos visto en la primera, con una Inglaterra en la que ya se ha quedado Juan en el trono después de la marcha de Ricardo a la cruzada y con una serie de imágenes completamente diferentes: hileras de ahorcados, malvados recaudadores que toman el dinero mediante el ejercicio de la violencia, expulsión de sus tierras de todos aquellos que no pueden pagar, latigazos y torturas a madres en presencia de sus hijos pequeños, propiedades que arden, cárceles a rebosar de mujeres, niños y ancianos...
El propio Wallace Beery interpretó de nuevo al año siguiente, en 1923, al rey Ricardo en una adaptación de la novela El talismán; sin embargo, lo cierto es que no resulta posible calibrar su interpretación ‒que cabe suponer que no sería muy diferente de la de Robin Hood‒, puesto que de este largometraje se desconoce su paradero y, casi con toda seguridad, se trata de una película perdida38.
En los años treinta, la película por excelencia en la que hace su aparición Ricardo Corazón de León es Las cruzadas (Cecil B. De Mille, 1935), una superproducción en la que el rigor histórico brilla completamente por su ausencia y en la que, como destaca Enric Alberich, “elude a personajes importantes, prescinde de algunos datos y hechos y mezcla elementos de diferentes Cruzadas, pero se centra sobre todo en la Tercera y sitúa en primer plano el enfrentamiento entre las carismáticas figuras de Saladino y Ricardo Corazón de León”39.
Teniendo pues en cuenta que nos encontramos fundamentalmente ante lo que Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache y Jorge Alonso han definido más que acertadamente como “una película de amor con excusa de la tercera cruzada”40, basada en un triángulo entre ambos personajes y la esposa de Ricardo, la reina Berenguela41, que concluye con un mensaje pacifista extrapolable a la situación bélica en la que se recalca la necesidad de entendimiento entre cristianos y musulmanes, se comprenderá con facilidad cómo, dentro de los “Ricardos” deformados que nos mostró el séptimo arte en la primera mitad del siglo XX, probablemente el que aquí interpreta Henry Wilcoxon sea el que menos parecido guarde con la realidad.
Teniendo en cuenta que el protagonismo de Ricardo Corazón de León en Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley, 1938) es mínimo y únicamente limitado a su estancia en una posada desde la que aguarda el derrocamiento de su hermano Juan y su posterior reposición en el trono42, hay que esperar a los años cincuenta para que el monarca inglés cobre todo su esplendor gracias a las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Walter Scott.
La primera de ellas es Ivanhoe (Richard Thorpe, 1952). Aunque el rey Ricardo, interpretado aquí por Norman Wooland, solo aparece al principio como un prisionero en Austria y al final cuando descubre su rostro ante su hermano Juan indicándole con ello que han concluido sus labores de gobierno, lo cierto es que todo lo que se va comentando de él a lo largo de la película no tiene desperdicio como un ejemplo más que evidente de conversión de un personaje medieval a los parámetros e ideología del momento.
Así, Ivanhoe, interpretado por Robert Taylor, busca incesantemente obtener el dinero necesario para rescatar a Ricardo, a quien presenta como alguien con valores democráticos que tiende su brazo a todo el mundo con la noble intención de congeniar a todos en la nueva Inglaterra que surgirá a su regreso. Obtenido el rescate de Ricardo de manos de la comunidad judía a través del personaje de Isaac de York, su hermano Juan aparece en contraposición como alguien que expresa que no se puede confiar en quienes van pactando con los judíos, a donde parece dirigirse la política de Ricardo por el simple hecho de haber sido liberado con su dinero43.
Si se examinan los acontecimientos que estaban teniendo lugar por aquel entonces y se repara en la creación del estado de Israel en 1948, en el apoyo decidido que los Estados Unidos dieron a este proyecto y en los enfrentamientos que se habían producido ya en 1949 entre judíos y árabes, se entiende mucho mejor cómo Ricardo y Juan se ponen en esta película a plena disposición de la política del momento, con un Ivanhoe a quien Juan Vicente García ha definido como “un adalid de la tolerancia interreligiosa mucho más allá de lo que hubiera pretendido Walter Scott”44, con un Ricardo presentado como un demócrata que acoge a todos y un Juan, malvado para no variar, que personifica a todos aquellos que desconfían o se oponen a dicha alianza, derivando el largometraje, como afirmó Walter Srebnick, en un producto de la Guerra Fría y del macartismo45.
Al igual que sucedió con las novelas de Scott, El talismán (David Butler, 1954) fue una película mucho menos popular pese a contar con un buen reparto en el que se incluyen actores del calibre de George Sanders, Rex Harrison o de la enormemente popular en los años cincuenta Virginia Mayo.
Aunque sea empleando un tono irónico, la descripción que de esta película han hecho Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache y Jorge Alonso no puede ser, en mi opinión, más acertada:
“Un peplum de los que causaban furor en los años 50, una película de aventuras que busca entretener utilizando la excusa histórica de la tercera cruzada, pero sin la pretensión de narrar los hechos con exactitud, de modo que cualquier parecido con la realidad histórica es un milagro. Aparecen todos los tópicos del género, por ejemplo, desde la primera escena queda claro que es una película de buenos y malos: los buenos son el rey Ricardo (George Sanders) y Saladino (Rex Harrison), quien se hace pasar por un físico árabe, de nombre Ilderín, enviado al campamento cristiano por el propio Saladino para curar a Ricardo y defenderlo de los traidores que lo rodean; los malos son sir Gails y el conde de Monferrato, que se pasan la película conspirando e intentando asesinar a Ricardo para ocupar su mando y su papel en la cruzada”46.
Con todo, aunque esta película exalta claramente la figura de Ricardo, contiene detalles interesantes que nunca se habrían dicho o mostrado en las anteriores, como cuando el rey quiere darle un regalo a uno de los personajes que están cuidándole en la tienda y está a punto de decir que lo había robado de Chipre, rectificando al momento el verbo y sustituyéndolo por “tomar”.
Si a esto se le añaden otras frases como la que Ricardo dice cuando interpreta la cruzada como “la caza de fantasmas con camisones” o como la que pronuncia Saladino al calificar a los cristianos como “hombres que cruzan medio mundo para luchar por un sepulcro vacío”, podríamos afirmar que en los años cincuenta nos encontramos ante un punto de inflexión que anticipa la pérdida del glamour que iban a sufrir todos estos temas y personajes en un breve espacio de tiempo.
En la segunda mitad del siglo XX, al igual que sucedía en la literatura, Ricardo Corazón de León ya no era el personaje que había sido antaño para guionistas o realizadores.
La película egipcia Saladino (Youssef Chahine, 1963), de difícil visionado, ya plantea con claridad que, si no hubiera sido por el hecho de tener enfrente a un rival de la enjundia de este líder islámico, Ricardo I de Inglaterra no habría adquirido la fama con la que volvió de las cruzadas, si bien y salvo este matiz tampoco ofrece una imagen del monarca muy diferente a la que estábamos acostumbrados y sigue planteando este conflicto bélico como un duelo entre dos grandes personalidades47.
El primer largometraje que mostró sin ninguna duda a un Ricardo muy diferente fue El león en invierno (Anthony Harvey, 1968), que ganó tres premios Oscar y fue un completo éxito por reunir un reparto que, entre otros, unía a Peter O’Toole interpretando a Enrique II con una Katharine Hepburn que aquí figura dando vida a Leonor de Aquitania.
Adaptación de una obra de teatro elaborada por James Goldman, se ambienta en Chinon en la Navidad de 1183 y muestra el encuentro entre los reyes y sus hijos varones en un tenso momento en el que, apenas medio año después de que hubiera muerto el primogénito, correspondía a Enrique II nombrar a un nuevo sucesor o, cuando menos, despejar el incierto panorama que esto había provocado.
Son tantos los matices que tiene El león en invierno que el desmenuzamiento de sus escenas y el análisis del rigor histórico de cada una de ellas sería motivo suficiente para escribir un artículo independiente. Entre estos detalles, destaca el hecho de que Ricardo, al que interpreta un casi debutante Anthony Hopkins, aparece aquí en una etapa de su vida que no se había reflejado por el momento en ninguna obra literaria ni cinematográfica relevante, esto es, antes de su acceso al trono, cuando era un infante en abierta lucha con sus hermanos por el ejercicio del poder, bastante unido a su madre y con una relación muy tirante con su padre.
El primer estereotipo que hasta el momento había lastrado las producciones anteriores y que era el de la marcada dicotomía entre el Ricardo virtuoso y el Juan traidor queda absolutamente pulverizado en esta película. No hay ninguna superioridad moral de unos sobre otros, sino que a lo que asiste el espectador es a un complejo entramado de intrigas y mentiras en donde, con Felipe II de Francia como gran elemento desestabilizador, el objetivo es siempre imponerse sobre los demás.
Es también en El león en invierno donde por primera vez se trata una cuestión que, referida a Ricardo, había sido completamente tabú hasta el momento y es todo lo que tiene que ver con su presunta homosexualidad, que muchos han sospechado a partir de un comentario de Benito, abad del monasterio de Peterborough, el que afirmó que
“Ricardo, duque de Aquitania e hijo del rey de Inglaterra, concluyó una tregua con Felipe, rey de Francia, quien le testimoniaba desde hacía mucho tiempo tan gran honor que todos los días comían en la misma mesa y en el mismo plato, sin que la noche los separase. El rey de Francia lo estimaba tanto como a su vida y ambos se amaban con tal amor que, ante la violencia de sus propios sentimientos, el rey de Inglaterra [Enrique II], presa de estupor, no podía por menos de preguntarse a qué podía obedecer todo aquello. Inquieto por el futuro y a pesar de haberlo decidido con anterioridad, pospuso su regreso a Inglaterra, pues quería saber lo que podía esconderse tras un amor tan repentino”48.
En la película, las insinuaciones son claras en las escenas que comparten Anthony Hopkins como Ricardo y Timothy Dalton como Felipe II, si bien no es menos evidente que no nos encontramos ante dos enamorados, sino que el rey de Francia, consciente de la atracción que despierta en el heredero inglés, lo utiliza para conducirlo a sus propósitos y, especialmente, para que delate sus gustos delante de su padre y, según la mentalidad de la época, quede en ridículo delante de él. Nada de todo esto se había visto en la gran pantalla hasta el momento.
La otra película que merece un comentario especial es Robin y Marian (Richard Lester, 1976), rodada entre Zamora y Navarra. Se trata fundamentalmente de una comedia provista de numerosas situaciones absurdas que cobra pleno sentido en un momento, los años setenta, en los que el cine había apostado por una desmitificación profunda, irreverente y no siempre bien comprendida de muchos acontecimientos de nuestro pasado, siendo quizá Monty Phyton los mejores exponentes de esta tendencia. Robin y Marian es también una extraordinaria historia de amor llena de momentos emotivos entre dos personajes crepusculares, ancianos si tenemos en cuenta la esperanza de vida en la Edad Media, soberbiamente interpretados por Sean Connery y Audrey Hepburn.
La labor desmitificadora del largometraje se pone de manifiesto en la visión que se da de Ricardo Corazón de León, interpretado por Richard Harris, como alguien extremadamente sádico y violento, que no tiene ningún reparo en ordenar el asalto e incendio de un castillo, que presume de haber asesinado a todas las mujeres y niños que se encontraban en él, que ordena la ejecución del médico que le atiende por haber recibido el flechazo que le arrebataría la vida y que manifiesta odiar tanto a Inglaterra como a sus padres. Al igual que sucedía con el caso anterior, el Ricardo que muestra Robin y Marian y que muere en el primer cuarto de hora de película parece tratarse de una persona completamente diferente a la que nos mostró el cine de la primera mitad del siglo XX.
¿Y qué ha sido de Ricardo Corazón de León en el cine del siglo XXI? Se puede afirmar sin miedo a equivocarnos que, en la actualidad, el personaje ha entrado en una nueva fase que se caracterizaría no ya por su difamación o, cuando menos, por el serio cuestionamiento de sus capacidades y presuntos valores heroicos, sino por su olvido y su evidente apartamiento en las tramas de las películas en las que, años atrás, sí tuvo un indudable protagonismo.
Considerando que tampoco resulta posible analizar en profundidad todas las películas o sagas que se han realizado, es imprescindible hablar de Ridley Scott y de dos producciones suyas en las que el rey Ricardo podría haber tenido un papel muy relevante: El reino de los cielos (2005) y Robin Hood (2010). Considerando en primer lugar que ambas películas dejan bastante que desear desde el punto de vista del rigor histórico y, en este sentido, no difieren gran cosa del cine espectáculo que rodaba Cecil B. De Mille, lo cierto es que poco hay que decir sobre ellas en lo concerniente al tema que nos ocupa.
En cuanto a la primera, Ridley Scott adelanta los acontecimientos al periodo comprendido entre 1184 y 1189, mostrando a un rey de Jerusalén, un Balduino IV al que interpreta el siempre enmascarado Edward Norton, junto a sus partidarios y detractores que abordan cómo enfrentarse a un Saladino que pretende conquistar la ciudad, como logró hacer en 1187. Nada tiene que ver Ricardo en todo este proceso y su aparición, al igual que en Robin Hood, príncipe de los ladrones, no se produce hasta la última escena cuando “una vez perdida Jerusalén, los cristianos regresaron a sus hogares; también Balian, a cuya herrería francesa llega en la última escena de la película Ricardo de Inglaterra a buscarlo para que se incorpore a la tercera cruzada”49.
En cuanto a la segunda, Ridley Scott da un nuevo y sorprendente giro de tuerca a la historia de Robin Hood, presentando a los franceses como a los que querían invadir Inglaterra50, mostrando al famoso arquero colaborando con Juan Sin Tierra o haciendo que el rey inglés queme en las escenas finales la famosa Carta Magna que, aunque a regañadientes, sí suscribió en 1215.
En lo que se refiere a Ricardo Corazón de León, su presencia vuelve a ser meramente testimonial al arrancar la película en 1199 en el momento en que este falleció asaltando el castillo de Châlus-Chabrol, como uno de los episodios de la casi constante guerra que los reyes de Francia e Inglaterra mantuvieron tras el regreso del inglés a las islas. Queda claro pues desde el inicio que en la película de Robin Hood que vamos a ver a continuación, Ricardo no va a tener ningún protagonismo y efectivamente así sucede.
Es interesante señalar cómo la aparición del rey Ricardo en esta película coincide con lo que mostró Robin y Marian en 1976, aunque, si bien en aquella película Richard Harris pulverizó cualquier buena opinión que pudiera haberse tenido de Corazón de León, en esta Ridley Scott no fue tan lejos y presentó este asalto al castillo no como un capítulo de la guerra contra Felipe II o como un capricho del inglés, sino como si en estos momentos se estuviera produciendo el retorno de los ejércitos de la tercera cruzada, lo que realmente había sucedido un lustro antes.
Examinando conjuntamente literatura y cine, el veredicto es concluyente: Ricardo Corazón de León fue presentado durante mucho tiempo como un héroe y, con el paso del tiempo, esas heroicidades fueron pasando a segundo plano frente a la imagen de alguien tremendamente ambicioso y en ocasiones despiadado. También aparece ante nosotros como alguien que durante bastante tiempo interesó o tuvo la capacidad de entretener al público o a los lectores, pero que ahora, utilizando una expresión quizá muy coloquial, parece haber pasado de moda.
Quedaría pues, tras esta panorámica, reflexionar sobre qué podemos saber sobre Ricardo Corazón de León a partir de la documentación que se conserva de dicha época.
4. Las diferentes visiones de Ricardo Corazón de León y sus menciones en crónicas y documentos
No sin razón afirmaba Enrique García a la hora de enjuiciar la labor de Walter Scott que los errores históricos que contiene Ivanhoe se deben fundamentalmente “a su desconocimiento de la historia de Inglaterra en el siglo XII” y al hecho de que “la Inglaterra del siglo XII es un periodo difícil para documentarse”51. En esta misma línea se había manifestado Chris Worth al hablar de la “poorly documented social life of Richard’s reign”52.
Efectivamente, el reinado de Ricardo Corazón de León corresponde al de alguien cuya escasez de testimonios documentales es más que notable por una suma de circunstancias, entre las que sobresalen las peripecias vitales de un rey que apenas pisó el suelo inglés como consecuencia de haber estado en Tierra Santa y prisionero en Austria durante el primer lustro de su reinado y guerreando en Francia contra Felipe II durante el segundo.
Si exceptuamos las poesías trovadorescas que compuso y que ha estudiado con detenimiento Ángeles García53, no podemos decir que el rey Ricardo I de Inglaterra mostrara una gran preocupación por la cultura escrita ni tampoco da la sensación de que fuera el más letrado de sus hermanos si se tiene en cuenta que su sucesor, el tantas veces vilipendiado Juan Sin Tierra, hablaba varios idiomas y fue el creador de los registros de cancillería ingleses54.
Informarse sobre la vida de Ricardo Corazón de León a través de fuentes primarias reduce las posibilidades a prácticamente dos: por un lado, recurrir a unos muy escasos documentos que nos dan también algunos problemas de credibilidad y que no siempre fueron realizados por el propio monarca y, por el otro, intentar completar las lagunas mediante unas crónicas que se encuentran plagadas de distorsiones de la realidad y que ensalzan la figura del rey hasta niveles que rozan lo mítico y legendario55.
En la biografía que Michèle Brossard-Dandré y Gisèle Besson realizaron sobre Ricardo Corazón de León a partir de diferentes pasajes de sus crónicas que van desde su época de infante hasta su muerte, los autores dedicaron un apartado a analizar la vida y obra de los cronistas que escribieron sobre él, a saber, Ambrosio, Benito de Peterborough, Giraud de Barri, Gillermo de Newburgh, Raúl de Coggeshall, Raúl de Diceto, Ricardo de Devizes y Roger de Hoveden56.
Sería muy extenso entrar a detallar las particularidades de cada uno de ellos, si bien puede decirse que hay una serie de elementos coincidentes como son el hecho de que no estuvieran presentes en los hechos que relatan ‒lo que es comprensible si se tiene en cuenta que la mayoría pertenecían al clero regular y que, por ello, se encontraban en sus respectivas comunidades monásticas muy lejos del lugar donde transcurrían los acontecimientos‒, de que construyeran sus relatos a partir del testimonio de testigos de muy diversa índole, de que no realizaran auténticas biografías sino que anotaran únicamente lo que ellos consideraban más impactante57 y, en definitiva, de que, como miembros del clero, les tocara hablar de alguien que, en teoría, actuaba al servicio de los intereses de la Iglesia en Tierra Santa.
No es lo mismo hablar de un cruzado que de alguien que fue excomulgado como lo sería luego Juan Sin Tierra, motivo por el cual las crónicas del periodo escritas por todos estos clérigos fueron las primeras que crearon el enorme contraste entre los dos hermanos, Ricardo y Juan, que tanto acabaría influyendo en las novelas y las películas de muchos siglos después.
Si desviamos nuestra mirada hacia el mundo musulmán para intentar obtener fuentes totalmente ajenas a las luchas internas de los cristianos y a las connotaciones políticas que determinaron la redacción de estas, lo cierto es que también nos encontramos con una multitud de diferentes puntos de vista en lo que se refiere a la descripción de quien no dejaba de ser un invasor enemigo.
El terror que infundían los cruzados en general y Ricardo Corazón de León en particular en los musulmanes ha sido bien descrito por Amin Maalouf, basándose en testimonios de la época y poniendo de relieve la complejidad de su carácter:
“Este rey de Inglaterra, Malek al-Inkitar ‒nos dice Baha al-Din‒, era un hombre valiente, enérgico, audaz en el combate. Aunque inferior en rango al rey de Francia, era más rico y tenía más fama como guerrero. De camino se paró en Chipre y se apoderó de esta ciudad. Y cuando apareció frente a Acre acompañado de veinticinco galeras repletas de hombres y de material de guerra, los frany58 lanzaron gritos de alegría [...] En cuanto a los musulmanes, este acontecimiento colmó sus corazones de temor y aprensión.
A los treinta y tres años, el gigante pelirrojo que lleva la corona de Inglaterra es el prototipo del caballero belicoso y frívolo cuya nobleza de ideales no consigue enmascarar la desconcertante brutalidad y la total ausencia de escrúpulos”59.
Por otra parte, John Gillingham cita a diversos historiadores musulmanes que presentaron al rey inglés como un héroe no inferior a Saladino e incluso uno de ellos, Ibn al-Athir de Mosul, lo presenta como “el hombre notable de su tiempo”, lo que puede llamar de entrada la atención hasta que se repara en lo que afirmaba el propio autor: “tenían buenas razones para presentar a Ricardo como un enemigo formidable. ¿Cómo podrían explicarse de otro modo las derrotas de su señor en Acre, Arsuf y Jaffa?”60.
Queda claro lo que nos ofrecen las crónicas: una enorme disparidad de opiniones y puntos de vista que son los culpables de que los historiadores hayamos escrito en ocasiones cosas tan diferentes.
El considerado como uno de los mejores medievalistas del siglo XX, Steven Runciman, afirmaba con, en mi opinión, excesiva confianza en las crónicas y muy escasas cautelas que
“Había serios defectos en el carácter de Ricardo. Físicamente era magnífico: alto, de piernas largas y fuertes, con cabellos de oro rojizo y facciones hermosas; herencia materna eran no sólo el aspecto propio de la casa de Poitou, sino también sus encantadores modales, su valor y su afición a la poesía y al espíritu aventurero. Sus amigos y criados le seguían con devoción y temor. De sus progenitores heredó un temperamento cálido y un apasionado egoísmo [...] Era avaricioso, aunque capaz de gestos generosos, y aficionado a la vida pródiga. Su energía era inflexible, pero en su ferviente interés por la tarea del momento olvidaba otras responsabilidades. Le gustaba organizar, pero le fastidiaba la administración”61.
En comparación con esta descripción tan detallada y notablemente idealizada hecha por Runciman, Jean Flori consideraba que
“Si nos es posible, aunque con imprecisión, un retrato moral de Ricardo, un retrato físico, aunque vago, resulta en cambio completamente ilusorio. Los raros documentos ilustrados que poseemos de él, por ejemplo la estatua yacente de Fontevraud, o los sellos que lo representan, no pueden considerarse realistas. Obedecen a la ley del género y no tienen ningún carácter de precisión. Por otro lado, casi no poseemos testimonios escritos sobre su apariencia física, aparte de algunas menciones dispersas, sospechosas también”62.
Creo que todos estos detalles tan contradictorios constituyen una clara muestra de las enormes inexactitudes y divergencias que contienen las crónicas, un tipo de fuente a la que los historiadores nos vemos obligados a recurrir cuando no existen otras alternativas, pero que nos conducen en más de una ocasión a impresiones engañosas o a realidades que no son tales, sino que son un producto exclusivo de la imaginación de los cronistas.
Conociendo pues las limitaciones de todo lo que se ha expuesto hasta este punto, cabe preguntarse qué información contienen los documentos que nos hablan de Ricardo Corazón de León, esto es, aquellos que fueron expedidos entre 1189 y 1199 y que están desprovistos de cualquier artificio literario, aunque esto suponga, en contrapartida caer en cierta parquedad de detalles. Ciertamente, la primera afirmación que se puede hacer de forma categórica es que las etapas que más interesaron a novelistas y cineastas, esto es, la relativa a las cruzadas y a su regreso a la teórica Inglaterra de Robin Hood, son precisamente aquellas de la que menos información se dispone a través de documentos.
Para todo lo que se refiere a la documentación real inglesa, la obra de referencia que más ha sido citada por parte de historiadores de todas las generaciones ha sido la que compiló Thomas Rymer a caballo entre los siglos XVII y XVIII, conocida por lo general por su forma abreviada como los Foedera y que consiste en, como lo definió Gerard Reedy, “thousands of parallel columns of objective, passionless, magnificent documentation about English history from 1101 and the reign of Henry I”63.
Los primeros diplomas de los que tenemos constancia abordan las líneas maestras de su política exterior y demuestran cómo la paz con Escocia era una acción de obligado cumplimiento previa a abandonar la isla. Partir a Tierra Santa y no hacerlo, esto es, haber dejado completamente desguarnecida la retaguardia de un monarca que constantemente estaba mirando hacia Oriente en 1189 hubiera sido un completo suicidio en un territorio en el que no faltaban las turbulencias políticas, por lo que Ricardo anuló sin dudar en diciembre la política antiescocesa que había mostrado su padre y reconoció su independencia, reintegrando a su rey Guillermo los castillos de Roxburgh y Berwick64.
El 30 de diciembre de ese mismo año, Ricardo I de Inglaterra y Felipe II de Francia acordaron mutuamente que ambos acudirían a la cruzada y, sobre todo, abordaron algo que preocupaba a los dos y es que se produjeran agresiones de los súbditos de uno contra los territorios del otro. El documento resultante de este encuentro que tuvo lugar en Nonancourt contiene sendos compromisos de ambos a no agredirse mutuamente y a ayudarse en el caso de asedios, especialmente si estos se producían contra París o Rouen65.
Los siguientes documentos sobre Ricardo Corazón de León nos trasladan ya a Sicilia, a donde los reyes de Francia e Inglaterra llegaron en septiembre de 1190 y en donde Juana, su hermana, había sido hecha prisionera al enviudar por Tancredo de Lecce, quien se había hecho proclamar rey de la isla. Ricardo infligió una seria derrota militar a Tancredo, liberó a su hermana y estableció un pacto con él en noviembre cuyos detalles serían muy extensos de detallar, pero entre los que destaca para los intereses del inglés cómo este obtuvo veinte mil onzas de oro con las que sufragar su viaje a Tierra Santa66.
El último documento de interés antes de que Ricardo pusiera el pie en Oriente nos traslada a Chipre y al acuerdo que en marzo de 1191 firmaron los reyes de Francia e Inglaterra por el cual el inglés quedó libre del compromiso que había adquirido hace años de casarse con Alicia, la hermana del monarca francés que, a su vez, había sido amante del padre de Corazón de León. Independientemente de las motivaciones que se arguyen por parte de unos y de otros, lo cierto es que, de nuevo, el dinero hace acto de presencia al recibir Felipe II diez mil marcos en compensación por liberar a Ricardo de dicho compromiso67.
En sentido estricto e intentando despegarnos de anécdotas, mitos y leyendas, el patrimonio documental nos muestra a un Ricardo que no deja de ser un rey exactamente igual que cualquiera de sus contemporáneos, inmerso en multitud de estrategias para evitar la pérdida de poder, atento a cualquier maniobra que pudiera reportarle un beneficio económico, constantemente vigilado por su homólogo francés sin que ello dé a entender ninguna clase de relación sentimental entre ambos y, desde luego, sin que el inglés parezca en nada superior al francés como sí dieron siempre a entender crónicas, novelas y películas.
Cuando nos adentramos en las cruzadas, uno de los temas favoritos de novelistas y cineastas tal y como he resaltado, los documentos nos abandonan por completo. El intercambio de misivas entre unos y otros contendientes es algo en lo que existe coincidencia plena por parte de los especialistas ‒aunque muchas veces no se conozca el contenido exacto de dichas misivas ni llegue a existir ninguna prueba que demuestre que realmente existieran todas las que mencionan las crónicas‒, pero en lo que se refiere a documentos oficiales cancillerescos quedamos sumergidos en una completa oscuridad.
Precisamente por este motivo, por la inexistencia de este tipo de diplomas conservados en archivos para esta etapa, los historiadores nos hemos visto obligados a entrar de lleno en un mundo plagado de testimonios muchas veces contradictorios donde los límites entre realidad y ficción quedan a veces muy desdibujados. La etapa de las cruzadas es, sin ninguna duda, la del Ricardo más legendario y abierto a las controversias.
La única excepción durante todo este periodo sería quizá un teórico testimonio de septiembre de 1192 en el que el líder de los nizaríes informó a Leopoldo de Austria de cómo había sido el asesinato de Conrado de Montferrat, atribuyéndoselo a sus hombres y exculpando al monarca inglés68. Ciertamente, el documento tiene muy escasa credibilidad y coincido plenamente con John Gillingham cuando afirma que “posiblemente se trate de una falsificación urdida por los hombres de Ricardo en un intento por disipar los rumores”69.
El cautiverio de Ricardo Corazón de León en Austria es, por el contrario, un periodo bastante bien documentado, lo que resulta completamente lógico si se tiene en cuenta que fueron bastantes las comunicaciones entre unos y otros a fin de negociar todo lo relativo a su liberación. A fin de no entrar en excesivas reiteraciones con respecto a lo que ya han dicho otros, me centraré en dos cuestiones en los que la documentación también contradice abiertamente los que nos han enseñado la literatura y el cine: por un lado, el papel que jugó en todo este proceso la reina madre Leonor de Aquitania y, por el otro, el protagonismo o, más bien, la falta de él que caracterizó a Juan Sin Tierra.
Con respecto a lo primero, hasta la segunda mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de la literatura y el cine silenció a Leonor de Aquitania, cuando su liderazgo en Inglaterra durante la ausencia de Ricardo está completamente fuera de duda y, desde luego, fue muy superior al que desempeñó Juan Sin Tierra.
Aunque ha habido especialistas que han cuestionado su autenticidad70, la reina madre dirigió tres cartas al papa Celestino III para reprocharle la parsimonia y despreocupación que mostraba el sumo pontífice ante el apresamiento del rey de Inglaterra en territorio enemigo, hecho que la corona inglesa consideraba una traición por parte de una Iglesia que, en su opinión y tal y como manifiesta Frank Barlow, debería haber protegido por encima de todo a un cruzado71.
Como era de esperar dado su enérgico carácter, el tono que emplea Leonor de Aquitania en estas cartas es bastante contundente, sin arredrarse en ningún momento ante el papa, resaltando el grave perjuicio ocasionado a la monarquía inglesa, presentándose a sí misma en la intitulación como “misera et utinam miserabilis Anglorum regina, ducissa Normanniae, comitissa Andegaviae, miserae matri”72 y reprochándole que no hiciera nada para resolver el asunto, como puede verse en este fragmento traducido por Jean Flori:
“Los reyes y príncipes de la tierra han conspirado contra mi hijo; lejos del Señor, lo guardan con sus cadenas, mientras que otros destrozan sus tierras; unos lo retienen mientras otros lo flagelan. Y durante todo este tiempo, la espada de San Pedro se ha mantenido envainada. Habéis prometido tres veces que enviaríais legados, y no lo habéis hecho [...]. Por desgracia, ahora sé que las promesas de un cardenal no son más que promesas”73.
En cuanto a Juan Sin Tierra, la literatura y el cine fueron mucho más lejos incluso que las ya de por sí devastadoras crónicas de comienzos del siglo XIII al presentarlo como un usurpador del trono que se llamó a sí mismo rey o príncipe mientras su hermano Ricardo se encontraba prisionero en Austria. Si nos atenemos a lo que nos indica el patrimonio documental, nada más lejos de la realidad.
Que Juan Sin Tierra intentó aprovecharse de una situación, la ausencia de su hermano, que le era favorable es algo innegable, pero si hubiera actuado de la forma tiránica que le atribuyeron la literatura y el cine, la reina madre no habría desempeñado el peso político al que he hecho referencia y no daría la sensación, como así sucede, que el hermano menor de Ricardo fue un personaje bastante secundario en todo este entramado. Centrarse en Juan requeriría un artículo aparte con una bibliografía, aunque no tan copiosa como la relativa a Ricardo, sí en todo caso muy abundante, por lo que no es posible hacerlo aquí, si bien son muchos los matices que podrían ponerse a lo que siempre se ha presentado como una usurpación, empezando por Walter Scott74.
Por otra parte, si dicha toma ilegítima del poder sería, cuando menos, cuestionable, ningún documento nombra a Juan Sin Tierra en este periodo nombrándose a sí mismo como rey o príncipe y, cuando se refieren a él, siempre lo hacen como lo que era, esto es, el conde de Mortain. Un pacto suscrito en julio de 1193 entre, una vez más, los reyes de Inglaterra y Francia constituyen una buena prueba de esto cuando ambos aluden a Juan Sin Tierra como el “comes Iohannis”75.
Si siguiéramos haciendo caso a la literatura y al cine, Ricardo habría desembarcado por sorpresa en una Inglaterra donde nadie lo esperaba y, ocultándose en el bosque y valiéndose de la ayuda de Robin Hood, habría recuperado el trono que le había arrebatado su hermano. Nada de esto sucedió de esta manera.
En primer lugar, la liberación de Ricardo no tuvo nada de sorprendente en tanto en cuanto desde el segundo semestre de 1193 estaban cerrándose los detalles relativos a ella y al pago del rescate. Así por ejemplo, el propio rey informó al arzobispo de Canterbury a finales del mes de septiembre de que su puesta en libertad estaba cercana, mientras que el 20 de diciembre el emperador Enrique VI notificó a los súbditos ingleses que el lunes después de Navidad Ricardo Corazón de León sería un hombre libre76.
Tampoco puede decirse que Juan Sin Tierra no estuviera informado. Especialmente célebre es la nota que Felipe II de Francia le envió en julio de 1193 sugiriéndole que se preocupara de sí mismo porque “el demonio está suelto”, detalle que citan la inmensa mayoría de historiadores que han escrito sobre ambos hermanos77 y que, curiosamente, aunque el cine prefirió mostrarnos a un Juan estupefacto ante la llegada de su hermano a Inglaterra como si esto le hubiera pillado completamente por sorpresa, Walter Scott sí que reflejó en Ivanhoe78.
En cuanto a Robin Hood, no existe ninguna mención ni documental ni cronística sobre el mismo, puesto que de nuevo nos encontramos ante una invención del novelista escocés en lo que se refiere a su ubicación en una época, finales del siglo XII, que no es la que corresponde. Fuera quien fuera Robin Hood, lo que tampoco toca analizar aquí, William E. Simeone ubicó a un personaje llamado así entre 1323 y 132479, esto es, ciento cincuenta años después de la época de nuestros protagonistas, sin que exista ninguna constancia para años anteriores.
Con Ricardo I ya de nuevo en Inglaterra tras su desembarco en Sandwich el 13 de marzo de 1194, comienza el último lustro de su vida, la segunda parte de su reinado y una etapa que prácticamente no ha interesado a ningún autor de ficción, pese a la enorme cantidad de recursos que esta presenta tanto para novelistas como para guionistas por la situación prácticamente continua de conflicto bélico entre Inglaterra y Francia.
El patrimonio documental de este periodo alude en su inmensa mayoría a esta guerra que no dejaba de ser más que la extensión de un problema que se había originado en los años cincuenta y que no concluiría hasta la batalla de Bouvines de 1214, con victoria militar francesa todavía bajo el reinado de Felipe II. Los pactos entre unos y otros se suceden ‒entre Ricardo y el rey francés en 1195, entre el rey inglés y Balduino de Flandes en 1197...80 ‒, se mandan comunicaciones para informar sobre el desarrollo de la guerra como la que Ricardo envió al obispo de Durham en septiembre de 1197 para contarle la victoria que las tropas inglesas habían obtenido en Gisors81, se tratan otros asuntos como la permuta de propiedades entre la monarquía y el arzobispo de Rouen...82
La sensación que nos transmite la lectura detenida de toda esta documentación es la misma que comentaba con respecto a la de la primera etapa, esto es, la de un monarca que no difería en nada de sus contemporáneos y que, al igual que esto, se encontraba inmerso en las numerosas luchas por el poder que marcaron toda su vida. Si dejamos atrás novelas, películas e incluso crónicas partidistas que solo buscan ensalzar o establecer juicios morales, el patrimonio documental nos enseña a un rey que no parece tener el glamour con el que muchos lo conocimos.
5. Reflexiones sobre el carácter de Ricardo Corazón de León a modo de conclusión
Multitud de caras y caracterizaciones son las que le hemos conocido a Ricardo Corazón de León que van desde el más legendario héroe hasta un despiadado ejecutor de musulmanes, pasando por alguien que, según un romance del siglo XIV, habría recurrido al canibalismo de forma intencionada para marcar así una diferencia con los musulmanes y con los franceses presentes en Tierra Santa83.
Ese Ricardo que muchos han presentado como un héroe de guerra es para otros alguien que se aprovechó de las circunstancias y de los méritos que iban consiguiendo los demás. El mismo rey que, según las crónicas, masacró a casi tres mil musulmanes o que, como indicaba antes, quería diferenciarse de ellos recurriendo al canibalismo, al mismo tiempo sintió, según otros autores, fascinación por la cultura islámica y su amistad con algunos dirigentes le granjeó enemistades con sus compañeros cruzados84.
Muchos han considerado que Ricardo I de Inglaterra era homosexual basándose en un comentario de que no se despegaba del rey de Francia y que incluso dormía con él. Si nos atenemos a esto, otra historia del siglo XIII presenta al rey inglés acosando a una religiosa de la abadía de Fontevraud que se habría arrancado los ojos y se los habría enviado al enterarse de que era eso lo que fascinaba al monarca85. Ante tantos testimonios contradictorios, otros han zanjado la cuestión apuntando la posibilidad de que realmente fuera bisexual.
Sobre este complejo campo de cultivo, la literatura y el cine, cuyo principal objetivo es entretener y no necesariamente la recreación fidedigna de la realidad histórica, añadieron su particular visión sobre Ricardo Corazón de León, ajustando y moldeando al personaje según la mentalidad del momento. Es por ello por lo que el Ricardo que nos presentó Walter Scott en un momento de efusión de los nacionalismos decimonónicos no tiene nada que ver con el que nos mostró el cine de la segunda mitad del siglo XX, cuando las posturas antibelicistas surgidas después de la Segunda Guerra Mundial o de Vietnam provocaron que las cruzadas no fueran contempladas de la misma manera.
Frente a todo esto, los documentos que surgieron de la cancillería de Ricardo I de Inglaterra son francamente escasos, en algunos casos se duda de su autenticidad, faltan por completo en algunos lapsos temporales, no contienen demasiados detalles más allá de las fórmulas protocolarias y, desde luego, no permiten aclarar los múltiples interrogantes que nos surgen sobre el rey.
Cabe preguntarse con todo esto si realmente podremos llegar a conocer cómo fue Ricardo Corazón de León. La sensación que tengo es que esto no es posible porque los testimonios más o menos fidedignos no nos permiten llegar a conclusiones sólidas y quizá las aproximaciones más acertadas al personaje son aquellas que, como la recientemente publicada por José Luis Corral, hacen alusión a las dudas y múltiples visiones que existen sobre él86 más que las que realizan afirmaciones absolutas.
Bibliografía
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1 LACIER, Joseph, Ricardo Corazón de León, Barcelona, Bruguera, 1969.
2 BOLUFER, Mónica; GOMIS, Juan y HERNÁNDEZ, Telesforo M. (eds.), Historia y cine. La construcción del pasado a través de la ficción, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2015.
3 Su título ha sido Mundo medieval virtual: Edad Media, cine, videojuegos y otros media.
4 El propio John Gillingham califica a los que nombra como “los mejores y más influyentes historiadores”; GILLINGHAM, John, Ricardo Corazón de León, Madrid, Sílex, 2012, pp. 39-40.
5 Esta sería la impresión que se llevaría un lector inglés, puesto que en España se publicó primero El talismán -en 1826- y posteriormente Ivanhoe a comienzos de los años treinta, por lo que los lectores de nuestro país sí que pudieron seguir en orden los episodios de la vida de Ricardo Corazón de León que relató Scott. Con todo, El talismán fue recibido en España con bastante frialdad, según la opinión de varios lectores del momento; FREIRE LÓPEZ, Ana María, “Un negocio editorial romántico (Aribau y Walter Scott)”, Anales de Literatura Española, 18 (2005), p. 170.
6 JOHNSON, Edgar, Sir Walter Scott: the great unknown, Londres, Hamish Hamilton, 1970, pp. 686-687.
7 HERNÁNDEZ CARRÓN, Luis Alfonso y SÁNCHEZ POZÓN, Luis, “Catálogo de mitos juveniles: de Ivanhoe a Elvis”, Puertas a la lectura, 1 (1996), p. 7.
8 GARCÍA DÍAZ, Enrique, “Los errores históricos de Ivanhoe”, Narrativas, 14 (2009), pp. 24-32.
9 Hay pequeños detalles que sí que han llevado a plantearse a algunos especialistas que hay elementos de los que se acusó a Scott de ser producto de su imaginación, cuando realmente hay evidencias de ellos durante la Edad Moderna, como sucede por ejemplo con los collares de siervos que llevan Gurth y Wamba y que William W. Heist identificó en proscritos de los siglos XVII y XVIII; HEIST, William W., “The collars of Gurth and Wamba”, The review of English Studies, 16 (1953), pp. 361-364.
Quizá la clave para valorar con justicia a Walter Scott en este terreno radicaría no tanto en la negación sistemática por parte de los historiadores de su validez, sino en intentar discernir lo que él pudo inventar de lo que simplemente fue cambiado de época y llevado a la Edad Media por error, como terreno intermedio a aquellos temas en los que el escritor escocés sí se muestra certero, que, a mi parecer, también son unos cuantos.
10 WORTH, Chris, “Ivanhoe and the making of Britain”, Link and letters, 2 (1995), p. 69.
11 DUNCAN, Joseph E., “The anti-romantic in ‘Ivanhoe’”, Nineteenth-Century Fiction, 4 (1955), p. 297.
12 SCOTT, Walter, Ivanhoe o el cruzado, Ciudad de México, Porrúa, 1999, p. 1.
13 SCOTT, Walter, Ivanhoe..., p. 27.
14 SCOTT, Walter, Ivanhoe..., p. 257.
15 RAGUSSIS, Michael, “Writing nationalist History: England, the conversion of the jews, and Ivanhoe”, English Literary History, 60 (1993), p. 194.
16 JOTISCHKY, Andrew, The crusades: critical concepts in historical studies, Londres, Routledge, 2008, pp. 418-425.
17 SCOTT, Walter, El talismán, Barcelona, Planeta, 1987, pp. 103-104.
18 CHALIAND, Gérard y BLIN, Arnaud, The history of terrorism: from Antiquity to ISIS, Oakland, University of California Press, 2016, p. 73.
19 SCOTT, Walter, El talismán, p. 111.
20 Aunque no guarde relación directa con el tema, una significativa muestra de la influencia de Scott se puede ver en la película La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943), en la que aparece una niña incapaz de despegar la mirada del libro que está leyendo, revelándole a su padre cuando este le pregunta que se trata de Ivanhoe.
21 SCOTT, Walter, El talismán, p. 285.
22 PEABODY, Richard y EBERSOLE, Lucinda (eds.), Conversations with Gore Vidal, Jackson, University Press of Mississippi, 2005, p. 9.
23 PEABODY, Richard y EBERSOLE, Lucinda (eds.), Conversations..., p. 94.
24 BEHRENDT, Jörg, Homosexuality in the work of Gore Vidal, Hamburgo, Lit, 2002, p. 32.
25 BAKER, Susan y GIBSON, Curtis S., Gore Vidal. A critical companion, Westport, Greenwood Press, 1997, p. 19.
26 GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 371.
27 FLORI, Jean, Ricardo Corazón de León. El rey cruzado, Edhasa, Barcelona, 2002, p. 213.
28 VIDAL, Gore, En busca del rey. Ricardo Corazón de León, Barcelona, Edhasa, 2006, pp. 9-10.
29 Con respecto a esto, Martin Aurell señala cómo circuló el rumor de que se había puesto a sangrar cuando vio el cadáver de su padre, lo que, según la mentalidad de la época, equivalía a ser identificado como su asesino; AURELL, Martin, El Imperio Plantagenet: 1154-1214, Madrid, Sílex, 2012, pp. 68-69.
30 VIDAL, Gore, En busca..., pp. 15, 28, 224-225, 62 y 80 respectivamente.
31 VIDAL, Gore, En busca..., p. 54.
32 VIDAL, Gore, En busca..., p. 115.
33 GUILLOU, Jan, El caballero templario, Barcelona, Planeta, 2003, pp. 432, 432 y 440 respectivamente.
34 Es interesante señalar cómo, en este pasaje, el escritor sueco hace un homenaje a Walter Scott al indicar que uno de los que él llama “blandengues” espoleados por el rey para su propia diversión era precisamente Wilfred de Ivanhoe; GUILLOU, Jan, Regreso al norte, Barcelona, Planeta, 2003, p. 197.
35 GUILLOU, Jan, Regreso..., p. 315.
36 CARMONA, Luis Miguel, Los 100 grandes personajes históricos en el cine, [San Sebastián de los Reyes], Cacitel, 2006, pp. 310-314.
37 Literalmente, “if we judge only by reputation and mithology, Richard I was the greatest king of England in the Middle Ages and his brother John the very worst. The good brother/bad brother dichotomy is a staple of most myths, as old as Cain and Abel”; McLYNN, Frank, Richard and John. Kings at war, Cambridge, Da Capo Press, 2007, p. 1.
38 Richard the Lion-Hearted 1923, [consulta: 7 de junio de 2020], disponible: http://www.silentera.com/PSFL/data/R/RichardTheLionHearted1923.html
39 ALBERICH, Enric, Películas clave del cine histórico, Barcelona, Ediciones Robinbook, 2009, p. 51.
40 ALONSO, Juan J.; MASTACHE, Enrique A. y ALONSO, Jorge, La Edad Media en el cine, Madrid, T&B editores, 2007, p. 159.
41 Interpretada por Loretta Young, adquiere un protagonismo muy sobredimensionado que no tuvo en la realidad y que, aunque la película se base de un libro de Harold Lamb, acusa claramente la influencia de Walter Scott y El talismán, fundamentalmente en lo que se refiere a la belleza de los personajes femeninos: “La noble Berengaria, hija de Sancho, rey de Navarra, y reina consorte del heroico Ricardo, estaba considerada como una de las damas más bellas de su tiempo. Era esbelta y exquisitamente formada, agraciada, con una tez nada común en su país, abundante cabellera rubia, y unos rasgos tan sumamente juveniles, que todo el mundo le calculaba menos edad de la que realmente tenía, a pesar de que no pasaba de los veintiún años”; SCOTT, Walter, El talismán, p. 162.
42 Excepción hecha de la versión muda de 1922 que ya he comentado, lo cierto es que las películas de Robin Hood, aunque casi siempre cuentan con una aparición o, cuando menos, alusiones a Ricardo Corazón de León al ser su reposición en el trono un elemento clave de la trama, no son las más idóneas para un estudio de cómo se ha representado este personaje en el cine, puesto que su protagonismo es muy reducido y se limita a las escenas finales. Es el caso de la magistral película de 1938 protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland o de la no menos famosa Robin Hood, príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991), con un monarca al que interpreta Sean Connery y que solo aparece al final tras haber desembarcado en Inglaterra.
43 No es cierto que fueran los judíos los que pagaran el rescate de Ricardo, puesto que este se obtuvo fundamentalmente, como ha indicado John Gillingham, con un tributo del 25% sobre los ingresos y los bienes muebles, además de “toda la producción de lana de un año de los monasterios cistercienses así como todo el oro y la plata de las iglesias de todo el país”; GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 379.
44 GARCÍA MARSILLA, Juan Vicente, “Miradas a un tiempo oscuro. El cine y los estereotipos sobre la Edad Media”, en BOLUFER, Mónica; GOMIS, Juan y HERNÁNDEZ, Telesforo M. (eds.), Historia y cine..., p. 139.
45 SREBNICK, Walter, “Re-presenting History: Ivanhoe on the screen”, Film&History: an interdisciplinary journal of film and television studies, 29 (1999), p. 47.
46 ALONSO, Juan J.; MASTACHE, Enrique A. y ALONSO, Jorge, La Edad Media..., p. 158.
47 GANIM, John M., “Reversing the crusades: hegemony, orientalism, and film language in Youssef Chahine’s Saladin”, en RAMEY, Lynn T. y PUGH, Tison (eds.), Race, class and gender in “medieval” cinema, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2007, p. 54.
48 BROSSARD-DANDRÉ, Michèle y BESSON, Gisèle (eds.), Ricardo Corazón de León. Historia y leyenda, Madrid, Siruela, 2007, p. 255.
John Gillingham atribuye este comentario a Rogelio de Howden en vez de a Benito de Peterborough; GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 413.
Esta cuestión, sobre la que yo no voy a profundizar más de lo que indico en esta nota y que creo que no tiene respuesta, ya había sido planteada en la literatura. Aunque no puedo entrar a detallarlo como me gustaría por falta de espacio y por la necesidad de hacer una selección de las obras que he creído más representativas, la novela El corazón del león (1977), de Jean Plaidy, aborda sin tapujos este tema al indicar los sentimientos encontrados que experimentaba Ricardo cuando se encontraba ante el rey de Francia.
Los especialistas se encuentran bastante divididos al respecto, si bien los más reputados se muestran reacios a creerlo e interpretan este pasaje como que ambos monarcas recelaban mutuamente de las acciones del contrario y, por eso, nunca dejaban de vigilarse; FLORI, Jean, Ricardo..., pp. 480-490 o GILLINGHAM, John, Ricardo..., pp. 413-416.
49 ALONSO, Juan J.; MASTACHE, Enrique A. y ALONSO, Jorge, La Edad Media..., p. 159.
Aunque pueda parecer una simple anécdota, Balian de Ibelim, el protagonista principal de la película al que interpreta Orlando Bloom, se niega a acompañar al rey Ricardo en su viaje a Tierra Santa, lo que resulta difícil de creer que hubiera sucedido en el cine de la primera mitad del siglo XX, que es el que más acusa la influencia de las novelas de Scott.
50 Efectivamente, tal y como destaca John Gillingham, hubo algunos intentos de invasión francesa, si bien la situación predominante era justo la contraria, con los ingleses dominando territorialmente desde 1152 toda la mitad occidental de lo que es la actual Francia como consecuencia del matrimonio de Leonor de Aquitania con el que en 1154 se convertiría en Enrique II de Inglaterra; GILLINGHAM, John, Ricardo..., pp. 392-393.
51 GARCÍA DÍAZ, Enrique, “Los errores...”, p. 24.
52 WORTH, Chris, “Ivanhoe and...”, p. 66.
53 GARCÍA CALDERÓN, Ángeles, “Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra y trovador”, La Torre del Virrey: revista de estudios culturales, 9 (2010), pp. 111-119.
54 AURELL, Martin, El Imperio..., p. 34.
No pretendo afirmar que Ricardo Corazón de León no fuera alguien culto, puesto que los historiadores sí coinciden en general que tenía un alto nivel; GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 402. Con todo, no tengo la sensación de que estuviera por encima de sus hermanos y, en lo que se refiere al fomento de la escritura documental y a la preocupación por guardar un registro de lo acontecido, lo encuentro claramente por debajo de su sucesor.
55 Sin ir más lejos, es lo que afirmaba Andrew Jotischky cuando hablaba de que, si hiciéramos caso al cronista Ricardo de Devizes, el monarca inglés lo habría hecho todo perfecto en la cruzada cuando otros testimonios indican que, en más de una ocasión, fue del rey de Francia el que llevó la iniciativa; JOTISCHKY, Andrew, The crusades..., p. 425.
56 BROSSARD-DANDRÉ, Michèle y BESSON, Gisèle, Ricardo..., pp. 336-344.
57 En el caso de Raúl de Coggeshall, por ejemplo, “antes de la coronación no menciona para nada su infancia ni su juventud, y su vida se reduce a tres episodios relevantes: la cruzada y sus hazañas guerreras, el cautiverio en Alemania y la muerte frente a Chaluz”; BROSSARD-DANDRÉ, Michèle y BESSON, Gisèle, Ricardo..., pp. 340-341.
58 Se refiere con esta denominación a los cruzados.
59 MAALOUF, Amin, Las cruzadas vistas por los árabes, Madrid, Alianza Editorial, 2005, pp. 312-313.
60 GILLINGHAM, John, Ricardo..., pp. 57-58.
61 RUNCIMAN, Steven, Historia de las cruzadas, Madrid, Alianza Editorial, 2008, pp.648-649.
62 FLORI, Jean, Ricardo..., p. 294.
63 REEDY, Gerard, “Rymer and History”, Clío, 7.3 (1978), p. 412.
64 RYMER, Thomas, Foedera, conventiones, literae et cuiuscumque generis acta publica inter reges Angliae et alios quosvis imperatores, reges, pontifices, principes vel comunitates, La Haya, Jean Neaulme, 1789, p. 21.
65 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 20.
66 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 22.
67 Rymer, Thomas, Foedera..., pp. 22-23.
68 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 23.
69 GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 328.
70 LEES, Beatrice A., “The letters of Queen Eleanor of Aquitaine to Pope Celestine III”, English Historical Review, 21 (1906), pp. 78-93.
71 BARLOW, Frank, The feudal kingdom of England, 1042-1216, Londres y Nueva York, Longman, 1988, p. 353.
72 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 24.
73 FLORI, Jean, Ricardo..., p. 222.
74 Enrique García ya advirtió de cómo Scott fue en gran medida el responsable de este equívoco que se perpetuó con el paso del tiempo hasta haberse convertido para muchos en una verdad casi dogmática; GARCÍA DÍAZ, Enrique, “Los errores...”, p. 28.
75 Rymer, Thomas, Foedera..., pp. 26-27.
76 Ambos documentos figuran en Rymer, Thomas, Foedera..., p. 27.
77 Por ejemplo, NORGATE, Kate, John Lackland, Londres, MacMillan and Co., 1902, p. 47; FLORI, Jean, Ricardo..., p. 225 o GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 386.
78 SCOTT, Walter, Ivanhoe..., p. 79.
79 SIMEONE, William E., “The historic Robin Hood”, The journal of American folklore, 262 (1953), p. 307.
80 Rymer, Thomas, Foedera..., pp. 29-30 y 30-31 respectivamente.
81 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 31.
82 Rymer, Thomas, Foedera..., p. 31.
83 AMBRISCO, Alan S., “Cannibalism and cultural encounters in Richard Coeur de Lion”, Journal of Medieval and Early Modern Studies, 29.3 (1999), p. 499.
84 GILLINGHAM, John, Ricardo..., pp. 68-69.
85 GILLINGHAM, John, Ricardo..., p. 411.
86 CORRAL LAFUENTE, José Luis, “Ricardo Corazón de León ¿rey valiente o soberano cruel y ambicioso?”, [consulta: 20 de junio de 2020], disponible: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/ricardo-corazon-leon-rey-valiente-o-soberano-cruel-y-ambicioso_14681/1