De piedra, arcos y agua. La construcción de puentes en el noreste de Galicia durante la Edad Moderna

Stone, arches and water. The construction of bridges in the
Northeast of Galicia during the Early modern period

Javier Gómez Darriba

Universidade de Santiago de Compostela

Facultade de Xeografía e Historia, Praza da Universidade, 1. 15782 - Santiago de Compostela

javier.gomez.darriba@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6712-2983

Fecha de envío: 04/07/2020. Aceptado: 10/09/2020

Referencia: Santander. Estudios de Patrimonio, 3 (2020), pp. 233-276

DOI: https://doi.org/10.22429/Euc2020.sep.03.07

ISSN 2605-4450 (ed. impresa) / ISSN 2605-5317 (digital)

Este trabajo se enmarca dentro del Proyecto I+D+i (PGC Tipo B) Memoria del patrimonio arquitectónico desaparecido en Galicia. El siglo XX, PID2019-105009GB-I00

Resumen: Entre 1550 y 1800 se construyeron o reedificaron diversos puentes en la provincia de Mondoñedo con la finalidad de mejorar la circulación de personas y mercancías en el Camino Real. El objetivo del presente trabajo es dar a conocer las infraestructuras que se erigieron y repararon, así como su morfología, patrocinadores, método de financiación, y por supuesto los arquitectos, ingenieros y maestros de obras que las diseñaron y edificaron, siendo la mayor parte de ellos procedentes de Cantabria.

Palabras clave: puentes; arquitectura; ingeniería; urbanismo; siglo XVI; siglo XVII; siglo XVIII; Galicia; Cantabria.

Abstract: Between 1550 and 1800 several bridges were built or rebuilt in the province of Mondoñedo with the aim of improving the movement of people and goods on the Camino Real. The aim of this paper is to make known the infrastructures that were built and repaired, as well as their morphology, sponsors, method of financing, and of course the architects, engineers and master builders who designed and built those infrastructures, most of them coming from Cantabria.

Keywords: bridges; architecture; engineering; urbanism; 16th century; 17th century; 18th century; Galicia; Cantabria.

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1. Introducción

En la Galicia moderna, como en cualquier otro lugar de la geografía española, resultó esencial edificar puentes y cuidar asimismo de su estado una vez construidos para facilitar el tránsito de la población y de mercancías, contribuyendo así a la libre circulación entre localidades y a la prosperidad comercial de las mismas. Sin embargo, en la praxis, se obvió con frecuencia esta cuestión tan fundamental. De manera que la falta de recursos económicos, el incumplimiento de una legislación específica –o la ausencia de la misma–, el constante trasiego de todo tipo de animales y cargas, la falta de limpieza de los ríos, el inherente clima lluvioso o la ineficacia de ciertos modos y/o materiales de construcción, ocasionaron que habitualmente el aspecto de estas infraestructuras resultase verdaderamente calamitoso, cuando no una trampa mortal para quien osase cruzarlas. A esta situación no fue ajena la provincia de Mondoñedo, que abarcaba la zona nororiental del Reino y cuyos 2069,57 km2 de extensión suponían un 6,8% del territorio gallego. La capital de esta circunscripción era asimismo una sede episcopal, y el 48,7% del suelo provincial de jurisdicción del obispo. Se calcula que en las últimas décadas del siglo XVI vivían en dicha circunscripción unos 40 000 habitantes1, y que en el último tercio del siglo XVIII la cifra se habría doblado hasta los 85 000 o 90 000. En este periodo el núcleo urbano de Mondoñedo se erigió en el más preponderante del noreste gallego, y llegó a albergar más población que otras ciudades episcopales como Lugo, Ourense o Tui2. Allí residía el prelado, verdadero señor espiritual de la provincia, que asimismo ostentaba gran parte del poder temporal; y allí también se hallaba establecido el Ayuntamiento, auténtico instrumento estatal a la hora de canalizar las ordenanzas y provisiones reales que afectaban al distrito provincial3. Dentro de sus competencias estaba la de construir y mejorar las infraestructuras públicas, tales como los caminos, las calzadas, los puentes, las fuentes, las canalizaciones, etc. Pero, por lo general, la escasez de propios y la estrechez de las arcas municipales dificultaban que se pudiesen emprender las referidas obras con garantías, de ahí que estos bienes públicos presentasen un estado francamente lamentable. La fórmula más socorrida para nutrirse de una urgente financiación era la de solicitar arbitrios al Real Consejo, aunque no siempre se conseguían4. De concederse, solían fijar una provisión insuficiente para acometer todo cuanto se había pedido. No obstante, de vez en cuando la caridad y/o el espíritu promotor de un miembro de la Iglesia local intercedían para sufragar estas obras de tanta utilidad.

A lo largo del presente trabajo abordaremos estas cuestiones haciendo especial hincapié en el devenir histórico de los puentes, en sus promotores y en los arquitectos, ingenieros, maestros de obras y canteros que materializaron su constante renovación. Ahora bien, nuestro objetivo no es estudiar todas cuantas infraestructuras cruzaban los ríos del noreste de Galicia, sino aquellas más representativas y que formaban parte del Camino Real (Fig. 1). El Camino proveniente de Castilla alcanzaba el Mondoñedo extramuros atravesando el puente de Ruzos o del Pasatiempo, que a su vez cruzaba el río Grande o de Brea –según la denominación de la Edad Moderna5–, conocido en la actualidad como Rego de Valiñadares. Una vez se adentraba en el núcleo intramuros por la Porta da Fonte, salía del mismo por la Porta dos Ferreiros o de las Angustias, y a continuación llegaba al arrabal de San Lázaro, donde se bifurcaba en dos direcciones que conducían a las principales villas costeras de la provincia: Ribadeo y Viveiro. Para alcanzar la primera había que cruzar el puente de San Lázaro, sito en el barrio homónimo, y seguir la ruta jacobea hasta Vilanova de Lourenzá y posteriormente a Ribadeo6. Mientras que para llegar a Viveiro era necesario cruzar el puente de Viloalle, ubicado a 5 kms del núcleo urbano de Mondoñedo, y a posteriori el de Castro de Ouro, distante 17 kms de la capital.

Algunos de los puentes citados presentaban en el siglo XVI, o bien una estructura de madera, o bien unos pilares de piedra que sostenían una pasarela lignaria. Con el paso de los años fueron ganando en resistencia y todos ellos llegaron a las últimas décadas del siglo XVII siendo íntegramente pétreos; situación que se mantuvo en el XVIII. No obstante, se ha llegado a decir que a mediados del setecientos Mondoñedo era un lugar muy mal comunicado al que apenas se podía acceder en cualquier vehículo por presentar “rutas de pésimo estado, con vados peligrosos y puentes de madera, ni siquiera aptos para animales al paso”. Esta apreciación, en cierto modo, no está exenta de fundamento, pero aun así resulta exagerada7. En cualquier caso los puentes de piedra ganaban en resistencia a los lignarios, aunque ello no impedía que las frecuentes inundaciones también los deteriorasen. A veces los daños eran tan graves que urgía acometer una reedificación completa. Pero la posibilidad de financiarla resultaba utópica para el concejo dada la escasez de fondos ya mencionada. Es más, en ocasiones no había dinero ni para intervenir parcialmente los arcos, pilares o “cortamares” (tajamares). En estos casos la mejor solución para salvarlos de la ruina pasaba por solicitar una provisión al Real Consejo. Como dijimos, estas no siempre eran aceptadas; y de serlo no se solía despachar la cantidad solicitada. Con lo cual, en base a la cifra dispensada había que conformar una nueva idea y presupuesto de todo cuanto se podía arreglar. De proyectar la traza y condiciones de la obra se encargaba un avezado maestro cantero. El sistema de pago se formalizaba con el visto bueno del Real Consejo mediante un arbitrio o repartimiento. En el siglo XVI también fue común recurrir a la sisa. El cobro de impuestos se establecía en un radio determinado para cada puente, que se delimitaba en función de la procedencia de los usuarios más asiduos. De esta forma, a la hora de reparar los de los arrabales de la ciudad, esto es, el de Ruzos y el de San Lázaro, se veían obligados a contribuir los vecinos del núcleo urbano y los aldeanos pertenecientes al único curato con que contaba el valle de Mondoñedo. Pero si la obra concernía al puente de Viloalle, podían ser requeridos los feligreses de distintas parroquias y jurisdicciones de la provincia, pues soportaba un tráfico de personas y animales procedentes de variados puntos de la Mariña Lucense8. A mediados del siglo XVIII el Padre Sarmiento se mostró muy crítico con este sistema de financiación, al que tildó de “peste” capaz de arrasar “a los pueblos y con más extorsión a los pobres labradores”, pues denunció que las partidas económicas destinadas a estas obras eran parcialmente usurpadas por los recaudadores9. Por último, existía otro método para sufragar la construcción de un puente, pero desde luego era mucho más excepcional: que alguien lo suficientemente pudiente y caritativo decidiese patrocinar uno nuevo. Ello ocurrió en 1716 con la Ponte Nova do Castro de Ouro gracias al espíritu promotor del arcediano Lope de Salazar, obra a la que también aludió el Padre Sarmiento en uno de sus escritos como luego veremos.

Conocido el método de financiación, toca comentar los aspectos constructivos que se seguían a la hora de ejecutar este tipo de obras. Cuando alguno de los puentes se hallaba dañado, un maestro cantero efectuaba una primera inspección de su estado. En caso de que el concejo lograse un arbitrio que permitiese su arreglo, reclamaba al mejor arquitecto con que podía contar –dentro de sus posibilidades– para que diseñase la traza y condiciones de la obra. Plasmado el proyecto, se anunciaba el remate de su construcción por Mondoñedo y otras villas y ciudades como Viveiro, Ribadeo o Lugo. La subasta tenía lugar en el interior de la Casa Consistorial mindoniense o bajo los soportales de la misma. Dada la complejidad de este tipo de obras, no siempre se adjudicaba a quien hacía la postura más baja, sino a quien demostraba mayor pericia y experiencia en ellas. En este sentido, en el periodo que abarca los años 1590-1660, fue una constante que de su diseño y ejecución se encargasen distintos maestros provenientes de la cornisa cantábrica. Algunos como Francisco de Artiaga eran vascos. Otros asturianos. Pero mayoritariamente venían de Cantabria, y más en concreto de la Merindad de Trasmiera. Es el caso de Pedro de Morlote, Francisco de Castañeda o Diego Ibáñez Pacheco. La presencia de trasmeranos en obras de puentes y en otras de carácter público, como caminos, calzadas y fuentes, resultó una constante en dicho periodo no solo en la cornisa cantábrica, sino también en Galicia o en la meseta Norte10. Desde la década de 1660 en adelante y durante todo el siglo XVIII estas obras pasaron a asumirlas maestros gallegos salvo alguna excepción, siendo la mayor parte oriundos de la Mariña Lucense. Avanzada esta última centuria, y debido a la mayor preocupación estatal por su arreglo, la inspección, el diseño o la dirección de las obras se reservó con frecuencia a ingenieros militares o maestros foráneos especializados. La totalidad de los artífices aludidos contaban en sus cuadrillas con diversos canteros y eventualmente con labradores y gentes ajenas al oficio de la cantería que dejaban a un lado sus quehaceres habituales para ganarse un jornal que les ayudase a sobrevivir. Estos individuos podían desempeñar dicha clase de trabajos siempre y cuando no se solapasen con sus labores agropecuarias, pues las obras de puentes solían realizarse entre junio y agosto, aprovechando que el clima era más seco que durante el resto del año. De ahí la constante preocupación del gobierno municipal por concluirlos durante el verano, pues, si no se finalizaban entonces, cualquier daño incipiente podría agravarse sobremanera en caso de venir un invierno excesivamente lluvioso. En los siguientes apartados analizaremos la historia de los principales puentes del noreste gallego, haciendo especial hincapié en los patrocinadores, arquitectos, ingenieros, maestros de obras y canteros que los llevaron a cabo.

2. El puente de Ruzos o del Pasatiempo

Uno de los símbolos más identificativos de la actual ciudad de Mondoñedo lo constituye la Ponte do Pasatempo, un sencillo puentecito de piedra que desde tiempo inmemorial salva el cauce de un riachuelo de escaso caudal conocido hoy como Rego de Valiñadares (Figs. 2-4). Debe su fama a la célebre leyenda relacionada con la ejecución del mariscal Pedro Pardo de Cela en 1483 por orden de los Reyes Católicos. Dicho relato presenta distintas variantes, pero todas coinciden en que algunos canónigos acudieron hasta el puente con la intención de entretener al emisario del correo, o si acaso a la esposa del propio Pardo de Cela, a fin de impedir que el indulto regio que traían consigo llegase a la ciudad y redimiese al condenado11. La popularidad de este hecho histórico parcialmente fabulado, sumado al topónimo Pasatiempo, aplicado en Época Moderna a un lugar cercano pero jamás a dicho puente, explican que la pasarela fuese rebautizada con dicho apelativo, o bien en el siglo XIX, o fundamentalmente en el XX. No quepa la menor duda de que durante toda la Edad Media y Moderna se le conoció como puente de Ruzos, datando de 1305 la alusión más antigua a dicha “ponte do Ruço”12. Como apuntamos con anterioridad, por él transcurría el Camino Real que penetraba de lleno en el barrio dos Muíños. Este proseguía por la rúa da Fonte hasta alcanzar la puerta de la muralla homónima por la que se accedía a la Plaza Pública.

Distintas noticias del siglo XVI confirman que por aquel entonces su estructura era de madera. Cuando menos la pasarela. En 1546 contaba con unas vigas lignarias y era tan pésimo su estado que a ciertos animales les resultaba imposible atravesarlo13. En 1578 continuaba en muy malas condiciones, careciendo incluso de antepechos que garantizasen la seguridad de los viandantes. La situación tampoco mejoró pasados tres años14. Las alusiones a las vigas que aparecen en todas estas noticias y el hecho de que en 1567 se hubiesen colocado cuatro de estas “trabes” inducen a concluir que era de madera15. Quizá debido a que esta estructura sufría continuos daños fruto de la endeblez intrínseca al material, el Ayuntamiento decidió realizar uno de piedra en 1592. A priori no parece que con el nuevo se ganase mucha más durabilidad, pues únicamente se emplearía pizarra. La ejecución se contrató al vizcaíno Francisco de Artiaga y a Martín de Ris, dos canteros foráneos que posiblemente tuviesen alguna experiencia previa en este tipo de obras, pues al año siguiente se adjudicaron también la del puente de San Lázaro, y desmerecieron a un colega que pretendía tomarla acusándole de carecer de pericia en construcciones de esta índole16.

Habiéndose erigido estos dos puentes en pizarra, no sorprende que en agosto de 1607 el Ayuntamiento acordase visitarlos con objeto de “que se remedien antes que se acaben de caer”17. Justo diez años después el Concejo obligó nuevamente a repararlos18. Y al año siguiente, en la primavera de 1618, decidió arreglar el de Ruzos, hacer ex novo el de San Lázaro, y reedificar una de las puertas de la muralla. Todas estas obras se las adjudicó al maestro cántabro Pedro de Morlote. Se conserva una extensa relación de las mismas, muy detallada además en lo que respecta al puente de San Lázaro y a la intervención en la cerca. Sin embargo, apenas se reseña nada del puentecillo del barrio dos Muíños. Simplemente que se mandó “reparar y adrezar”. De hecho, y a diferencia de las restantes obras, su arreglo no se sacó a subasta pública. Ello induce a pensar que el reparo sufrido hubo de ser de mínima trascendencia19.

En 1633 intervinieron en él una decena de oficiales capitaneados por el cantero Alonso de Noche20. Dos años después una inundación causó estragos en los puentes mindonienses. El Ayuntamiento, el obispo y el oidor real comprobaron su estado. Acto seguido acudieron a la Real Audiencia y al Real Consejo con el objeto de conseguir una derrama de 3000 ducados que financiase su reparación. Pero solo se les proveyó con 150 ducados, una ínfima cantidad que, como luego veremos, se asignó exclusivamente al puente de Viloalle21. Ello explica que meses más tarde, a inicios de 1636, el de Ruzos continuase en muy mal estado, no pudiéndose “pasar de a pie ny a caballo sino con mucho peligro”22. El 2 de enero de 1651 el Consistorio acordó notificar nuevamente al Real Consejo que comprobase el aspecto de los puentes locales e incluso el de otros más alejados de la capital, pues urgía hacerlos de cantería y frenar así el gasto inútil que se invertía continuamente en ellos. Los munícipes consideraban que merecían un repartimiento que debiera aplicarse a distintas ciudades del Reino, pues la de Mondoñedo había contribuido a financiar los de Ponte Sampaio, Neira de Rei o Portomarín entre otros23. Lo cierto es que no debieron lograr nada al respecto24.

En julio de 1681 el Ayuntamiento mandó una vez más arreglar el puente de Ruzos porque amenazaba ruina25. Justo tres años después se comprobó que era necesario componer su calzada26. Al fin, el 11 de agosto de 1688, el Concejo manifestó que se hallaba deshecho “del todo sin que se pueda passar ni tener entrada”. Expresó también que intentar cruzarlo equivalía a arriesgar la vida, y que algún individuo ya se había precipitado desde él. No tenía sentido que un puente inscrito en el Camino Real, que a su vez constituía una de las principales entradas a la ciudad, contase aún con una pobre estructura de madera cubierta de losa. Así que el Ayuntamiento aprobó la realización de uno que tuviese un arco de cantería. Fijó cédulas en la urbe por si alguien quería ajustar la obra, y solo mostró interés por ella el arquitecto Antonio Rodríguez Maseda, quien trazó la planta y redactó las condiciones para la misma, presupuestándola en 250 ducados. El 27 de agosto se le remató su construcción27. Pese al mal estado del puente, la obra no pudo ejecutarse en ese verano porque el Ayuntamiento no tenía liquidez suficiente para abonarle los 250 ducados sobredichos. Con lo cual, no quedó más remedio que ganar una licencia real que permitiese hacer un repartimiento popular para contribuir a una obra pública de tanto interés. En noviembre de 1688 se supo que el arbitrio no afectaría solamente a los vecinos de la capital, sino también a los feligreses de Lindín, Argomoso y Santa María Maior. Estos parroquianos quisieron desentenderse de una situación inédita para ellos, y, fruto de esta pugna con el Consistorio, surgió un pleito que fue llevado a la Real Audiencia de Galicia. El litigio tiene su interés por las declaraciones del propio Ayuntamiento y de los mencionados feligreses, pues ambas partes aportaron algunas noticias del estado que presentaba el puente, tanto antaño como en aquel momento. Así por el ejemplo, el Concejo declaró que “abria cinquienta años que dicha puente era de piedra”. Los vecinos de Argomoso alegaron que siempre habían sido los de Mondoñedo y alrededores los encargados de haberlo “conpuesto y adreçado puesto sus bigas y losas ençima della”. Y un individuo argumentó que no era necesaria una fábrica tan costosa, afirmando “ser bastante para el serviçio de la çiudad un redifiçeo de madera, como se acostumbro desde inmemorial tiempo a esta parte”. Estas y otras muchas noticias presentes en el pleito nos confirman que efectivamente el puente era parcialmente lignario. A finales de marzo de 1689 todavía no se había construido28. Hubo de edificarse hacia mediados de año porque el 16 de agosto Rodríguez Maseda mandó a sus testamentarios cobrar lo que el Ayuntamiento le debía “de la echura de la puente de Ruços”29.

Nada más volvemos a saber acerca del puente hasta el siglo XVIII. Al parecer, en 1710 había junto a él una pequeña capilla dedicada a Nuestra Señora del Portal. Allí mismo, el 10 de marzo, el licenciado Rosendo Gavín Baamonde y el “maestro de obras en el arte de escoltura y arquitectura” Bernabé García de Seares rubricaron un acuerdo. El artista se comprometió a realizar un retablo de nogal y castaño para dicha ermita, que por cierto había sido erigida por su cliente. La traza del mueble la había diseñado Bernabé siguiendo las directrices del patrono –“la planta que de dicha obra y edifiçio entre los dos yçieron”–. El retablo sería columnario y contaría con seis cajas. Las tres superiores cobijarían las imágenes de san José, santa Juana y el Ángel de la Guarda. Mientras que las del cuerpo inferior a san Rosendo, Nuestra Señora del Portal y san Cayetano. El escultor llevaría a cabo las figuras, el mueble, y su ensambladura. Dispondría para ello de un plazo de seis meses. A mayores tendría que hacer en madera un frontal, un atril y cuatro candeleros. Cobraría por todo ello 850 reales de vellón30.

La trágica inundación que sufrió Mondoñedo en 1761 hubo de afectar al puente, pues el 29 de junio de 1764 se adjudicó el arreglo de un tajamar a una cuadrilla de canteros liderada por el maestro Bartolomé Ramos, quien siguió los planteamientos fijados por el ingeniero militar Martín Gabriel en el verano de 1762. Este había redactado unas condiciones para esta y otras obras similares como consecuencia del referido aluvión31. Una década más tarde, concretamente el 5 de julio de 1775, su edificio de cantería y pizarra volvió a sufrir daños por culpa de otra fuerte riada. Ignacio Estévez, maestro de obras del nuevo Seminario de Santa Catalina, fue el encargado de peritar los reparos que necesitaba. Recomendó asegurar sus cimientos, arreglar los pretiles, los paredones circundantes, y hacer lo propio con la calzada. Estas obras concluyeron a finales de dicho año e ignoramos quién las tomó a su cargo32. En la actualidad el puente sigue conservando un único arco de medio punto con una rasante mínimamente alomada. Su luz mide 7 metros y tanto el dovelaje del intradós como la parte superior de los pretiles se componen de cantería. Todo lo demás es de pizarra33.

3. El puente de Brea o de San Lázaro

El de Brea o San Lázaro constituye otro de los puentes históricos de la ciudad de Mondoñedo, tanto por su antigüedad como por hallarse inscrito en el viejo trazado del Camino Real. Se encuentra al norte del núcleo urbano, a kilómetro y medio de la catedral, inmerso en el arrabal de San Lázaro, cuya denominación deviene de la leprosería existente allí desde la Edad Media34. Bajo él también fluyen las aguas del Rego de Valiñadares (Fig. 5). La primera mención al mismo data de 135535. Ignoramos cómo era su estructura en el Medievo. Puede que parcialmente lignaria. Desde luego así fue en ciertos momentos del siglo XVI, pues consta que en 1546 apenas se componía de una única viga de madera36; y que en 1578, aparte de presentar un mal estado de conservación, carecía de antepechos y de las vigas necesarias para garantizar una mínima seguridad a su paso37. El 11 de mayo de 1593 el Ayuntamiento decidió realizar uno nuevo con pizarra, cal y argamasa, pues así se había edificado el de Ruzos en el año anterior, como pudimos comprobar en el apartado previo. Ese mismo día el Concejo confirmó que el actual solo presentaba piedra en sus pilares, siendo de madera la pasarela. E indicó que cada vez que había una crecida, la corriente lo derruía con suma facilidad. Escasos días más tarde tuvo lugar la subasta pública de la obra. El cantero local Juan Rodríguez propuso realizarlo en 48 ducados, e inmediatamente los ya conocidos Francisco de Artiaga y Martín de Ris bajaron su puja a 47. Estos, que venían de efectuar el del Pasatiempo, manifestaron a las autoridades municipales que eran “buenos ofiçiales y que el dicho Juan Rodríguez no era ofiçial de puentes”. El Concejo debió fiarse de sus palabras, pues adjudicó la construcción a los canteros foráneos. La contratación se estableció en el precio acordado y se les obligó a concluirlo antes del 1 de agosto del año en curso. Debieron cumplir con el plazo fijado, pues el día 19 la obra estaba acabada y el Ayuntamiento les satisfizo un pago que les debía38.

En 1604 se reparó, aunque desconocemos el grado de intervención. De la obra debió ocuparse el cantero Pedro Franco, pues el alcalde mayor se había concertado en pagarle “a vista de Castaneda”, es decir, de Francisco de Castañeda, un maestro trasmerano vinculado a Pedro de Morlote. Esto parece indicar que Pedro Franco se encargó de ejecutarlo y Castañeda de emitir un juicio o tasación respecto al resultado final. Incluso es posible que fuese también quien habría ideado su traza y condiciones39. Tres años después el Concejo acordó visitar este puente y el de Ruzos “para que se remedien antes que se acaben de caer”40. En julio de 1612 hizo lo mismo, y los munícipes examinaron su estado junto con un “ofiçial” porque según parece seguía estando “para caer”41. En 1617 se ordenó nuevamente enmendar los daños que presentaba42. Este conjunto de reseñas dan buena muestra del lamentable aspecto que debía lucir por aquel entonces. Por esta razón, el 30 de abril de 1618 el Ayuntamiento determinó que había que inspeccionarlo y hacer lo propio con el del Pasatiempo, así como con la puerta de la muralla de la Rúa del Pumar. Tres días después el Concejo comprobó el estado de las respectivas fábricas y el 4 de mayo ordenó abrir una subasta pública para la obra del puente, “conforme hesta trazada y con las condiçiones que estan rubricadas”43. En la visita pericial del día anterior los miembros de la corporación municipal habían estado acompañados del maestro cántabro Pedro de Morlote, así como de los canteros locales Juan Rodríguez “el Nuevo” y Antonio da Insua. Todos comprobaron el grave destrozo que las avenidas del invierno anterior habían ocasionado en su único arco, de tal manera “que no podia pasar mas de una persona arrimada al antepecho y con peligro”. Así que decidieron demolerlo y hacerlo ex novo. Su cimentación pasaría a tener 10 pies de ancho y no 9 como el antiguo. Seguiría contando con un único arco, pero a diferencia del anterior sería de medio punto y con una vara más de longitud. Toda la obra se haría con sillares de cantería, inclusive los pretiles, mientras que la calzada se solaría con guijarros. En las cepas del arco se colocarían sendos estribos a contracorriente de 8 pies de ancho, y habría un par de paredones a ambos lados para encauzar el agua44.

El 24 de mayo tuvo lugar el remate de la obra. Se hizo concretamente ante la puerta de la Casa Consistorial, en la que el portero de la misma dispuso unos bancos y el escribano pasó a leer las condiciones rubricadas en presencia de los canteros que pretendían adjudicársela. Estos fueron los mismos que habían acudido a examinar su estado tres semanas atrás. Es decir, Pedro de Morlote, Juan Rodríguez “el Nuevo” y Antonio da Insua. Antes de nada acordaron entre sí poner una cláusula por la cual los vecinos de las aldeas más próximas –al puente– habrían de dar la mitad del servicio de acarreo de piedra, cal, madera, y cuantos materiales se necesitasen para la edificación. En ese mismo día solo pujó por la obra Juan Rodríguez, poniéndola primeramente en 130 ducados y a continuación en 120. Pero el Ayuntamiento no se la admitió y pospuso cinco días el remate. Y así, el 29 de mayo, Morlote la dejó en 100 ducados, prometiendo aportar el 20% del costo total –20 ducados– con tal de que se la contratasen. El Consistorio sí confió en el trasmerano y se la adjudicó, otorgándole un plazo de ocho días para que presentase las correspondientes fianzas45.

De los tres canteros que acudieron a la visita pericial y posterior subasta, Morlote reunía mayores habilidades que nadie. Los restantes no eran más que dos pedreros analfabetos que, aunque desarrollaron con prolijidad su oficio en Mondoñedo, jamás en su vida dibujaron obra alguna46. Morlote, sin embargo, era el maestro de mayor fama en la ciudad. Él sí daba trazas y redactaba cláusulas, aunque para vivir de su profesión tuviese que tomarlas luego. Un ejemplo representativo es la cabecera de la catedral de Mondoñedo, que ideó y levantó entre 1597 y 1603, así como algunas de las calzadas de la ciudad. Además, en lo que a construcción de puentes se refiere, contaba con más experiencia que los otros, pues en 1615 había reconstruido uno sobre el río Ouro –al que pronto dedicaremos un apartado–. Este era mucho más grande que el mindoniense, y cobró por recomponerlo ocho veces más47. En definitiva, muy probablemente fuese el cántabro quien diseñó en 1618 el puente de San Lázaro. En los días siguientes a su adjudicación Morlote se ausentó de la capital provincial, donde por cierto estaba avecindado. Se hallaba en la feligresía de Santa María de Bretoña (A Pastoriza, Lugo). De esta forma soslayó el obligado trámite de las fianzas. Así que el Ayuntamiento volvió a insistirle el 19 de mayo que acudiese a la ciudad para cumplir con este requerimiento, y le dio tres días más de plazo so pena de cárcel, pues apremiaba hacer el puente antes de la llegada del invierno. Morlote presentó como fiadores a un tal Matías Fernández y al cantero Pedro de Folgueirosa, vecino también de Mondoñedo, y se comprometió a hacer la obra conforme a las trazas y condiciones aludidas, teniendo que tenerla lista para finales de febrero de 161948.

Nada más volvemos a saber de este puente a lo largo del siglo XVII, salvo que en 1660 el Ayuntamiento mandó recomponer su calzada49. En 1706 se trató su reparación. Pero no fue hasta el 19 de marzo de 1710 cuando el Concejo se concertó con el maestro de obras Miguel Rico de Sacido para que erigiese uno nuevo, habida cuenta de que el antiguo se hallaba arruinado. Este artífice local tendría que emplazarlo un poco más hacia el sur respecto a la ubicación del antiguo, o, si se quiere, más próximo a la ciudad de Mondoñedo. El flamante edificio mediría 26 pies de largo y 12 de ancho, es decir, 7,24 por 3,34 m. Tendría un solo arco sustentado en dos cepas ochavadas, y contaría también con un par de “menguardias” o tajamares de cantería de dos varas. Se construiría con pizarra y cantería, y los vecinos de Mondoñedo colaborarían en el carreteo de materiales para la obra. Dichos materiales los pondría por cuenta propia el Concejo a excepción de la cantería. Miguel Rico se obligó a tenerlo terminado para principios de octubre de dicho año, cobrando por ello 1100 reales. Con él hubo de colaborar el maestro mindoniense Antonio Blanco previa solicitud formal de Miguel50. La ejecución que ambos llevaron a cabo debió de resultar un desastre, pues solo cinco años más tarde el procurador general escribió a Miguel para que lo reedificase a su costa por hallarse en mal estado “y con un oio mui grande” en su calzada51. Además, por lo que sabemos, en octubre de 1729 estaba totalmente arruinado52. Cinco años después, en febrero de 1734, el Ayuntamiento aprobó que se fijasen cédulas para construir uno nuevo en vista de que para cruzarlo había que utilizar unos maderos, e igualmente acordó pleitear contra Miguel Rico para que financiase la obra con el dinero que años antes había cobrado por su trabajo53. El nuevo puente fue diseñado por fray Lorenzo de Santa Teresa. Este lego franciscano residente en el convento mindoniense de San Francisco del Rosal, perteneciente a la Reforma de San Pedro de Alcántara, dirigió las obras durante 164 días desde la apertura de los cimientos. A finales de año todavía se estaba arrancando la cantería. Se finalizó en 1735, aunque al año siguiente aún no le habían satisfecho todos los pagos tocantes a los 26 000 reales de vellón que había costado54.

Morfológicamente resulta un puentecillo compuesto por sillares de cantería. Cuenta con dos arcos rebajados y un pilar medianero reforzado a ambos lados por sendos tajamares triangulares que contribuyen al eficaz desvío de las corrientes del agua55. Estos prolongan su altura sobre el pretil y en su faz interior se inscriben dos escudos (Figs. 6 y 7). El del flanco sur se compone de una serie de instrumentos de la Pasión, tales como la cruz, el sudario, las tenazas o el martillo. Mientras que el del lado opuesto exhibe el escudo de la ciudad de Mondoñedo56. Bajo el blasón figura una inscripción ilegible que culmina con la fecha de 1735. Aunque pueda parecer que el número 5 se trata de un 9, ello se debe a la tipografía de la época. Lo cierto y verdad es que la data que se ve es la de 1735, año en el cual la documentación manuscrita corrobora que se concluyó la obra. Dichos tajamares los coronan sendos pináculos rematados en bola. Estos son los únicos originales de todo el conjunto, pues los cuatro restantes que aparecen en la entrada y salida del puente se hicieron en el siglo XX. Ello lo denota su morfología y lo confirman las fotografías de dicha centuria. No se puede descartar la posibilidad de que el puente construido por fray Lorenzo de Santa Teresa contase con tres arcos. Y es que en 1788 y en 1798 los maestros de obras locales Juan de la Barrera y Alonso Carballeda inspeccionaron su estado después de que el río hubiera desbordado. En ambas ocasiones manifestaron que tenía tres arcos. También dijeron que en 1786 el obispo Francisco Cuadrillero y Mota había pagado de su peculio la construcción de un puente de cantería de un solo arco en dicho barrio57. Es posible que este cruzase el Rego de Cesuras o riachuelo de Pelourín. Por último, en 1799 el arquitecto académico Miguel Ángel de Uría reconoció el estado de ciertos edificios públicos de la ciudad. Entre ellos el del puente objeto de estudio. Se centró en sus cimientos, pero no tenemos constancia de que a raíz de su visita se hiciese en la urbe alguna de las reformas que planteó, valoradas por cierto en 32 250 reales58.

4. El puente de Viloalle

El puente de Viloalle se ubica en la parroquia mindoniense de Santa María de Viloalle, a 5 km del núcleo urbano de Mondoñedo (Fig. 8). Durante la Edad Moderna su cuidado fue competencia del Ayuntamiento mindoniense. Dada la importancia de su emplazamiento, su superior tamaño respecto a los puentes de la capital, y el mayor caudal del río Masma que lo atraviesa, supuso siempre una gran preocupación para el Consistorio, pues su atención requería de un notable gasto que constreñía a unas arcas municipales de por sí maltrechas. Por él transcurría el Camino Real que se dirigía desde Mondoñedo hacia lo que en tiempos modernos se conocía como el Valle de Oro, así como a la villa costera de Viveiro y a otras localidades “marinas circunbeçinas”59. Constituía en definitiva un paso de primerísima importancia en una de las arterias más transitadas de toda la Mariña Lucense, que unía la ciudad episcopal con buena parte del litoral Cantábrico circunscrito a su provincia. La primera noticia que conocemos del puente data de 1546. Por aquel entonces, a diferencia de los de la capital diocesana, estaba construido en piedra. Pero tenía un gran defecto, y es que carecía de la altura suficiente como para soportar ciertas riadas, de ahí que en ocasiones acabase cubierto por las aguas60. Esta referencia, sumada a las múltiples noticias de los siglos XVII y XVIII que se conservan sobre el mismo y que presentaremos en los siguientes párrafos, nos lleva a concluir que el actual puente de Viloalle hubo de construirse entre 1546-1594, y que a partir de entonces solo se habrían operado en él distintos arreglos a fin de garantizar su sostenibilidad.

En los albores del siglo XVII sufrió una remodelación parcial aunque de cierta importancia. El 2 de octubre de 1601 el Ayuntamiento aprobó que en los días de mercado y fiesta se pregonase si algún oficial de cantería quería tomar a su cargo el arreglo del mismo, que se remataría en la inmediata festividad de San Lucas en quien lo pusiese en menor cuantía. Quizá la falta de caudales por parte del Concejo o el hecho de que nadie acudiese a interesarse por la obra –suceso que ocurría con cierta frecuencia–, provocaron que esta se pospusiese hasta el verano de 1602. Entonces, gracias a una Real Provisión, el Ayuntamiento dispuso de 100 ducados que podría emplear tanto en su reparo como en el de la Fuente Vieja, esto es, el único surtidor monumental con que contaba la ciudad61. La restauración del “puente de piedra” la proyectó y dirigió el citado Francisco de Castañeda, un maestro cantero procedente de Trasmiera muy activo entonces en la provincia de Mondoñedo. En mayo de 1603 el Consistorio trató con él la redacción de las condiciones de la obra, y al mes siguiente acordó abrir las subsiguientes pujas62. De todos modos hubo que esperar a mayo de 1604 para que Castañeda recibiese los primeros pagos concernientes al acarreo de materiales. A su transporte contribuyeron los feligreses de Viloalle, una regla generalizada en este tipo de obras, como también el que se iniciasen en los meses en que finalizaba la primavera y daba comienzo el verano, pues la climatología facilitaba que el avance de las mismas resultase más llevadero y eficaz. En marzo de 1605 ya debía estar terminado el “edefyçio de la dicha puente”, y tan solo quedaba por finiquitar el pago concertado con Castañeda, quien, recordemos, en 1604 también había dirigido y/o tasado la reparación del puente de San Lázaro63.

Nada más volvemos a saber del de Viloalle hasta 1635, año en que Mondoñedo sufrió una fuerte inundación. En el mes de abril, el Ayuntamiento, el obispo, y el oidor real, comprobaron el estado en que habían quedado los tres principales puentes públicos de la urbe, cuya inoperancia perjudicaba con “gran dano” y “poco comerçio” a la misma. El Consistorio decidió acudir a la Real Audiencia y al Real Consejo para solicitar provisiones con que financiar su restauración. Pidió 3000 ducados pero recibió 150, es decir, tan solo la vigésima parte de lo demandado64. Dicha cantidad se depositó íntegramente en el arreglo del puente de Viloalle, licitado mediante cédulas dispuestas en villas y ciudades como Viveiro, Ribadeo o Lugo. Las cláusulas de esta reparación las redactó el arquitecto cántabro Diego Ibáñez Pacheco entre mayo y junio de 1635; y el 9 de julio se le remataron a Pedro de Palacios en los 150 ducados sobredichos. Este maestro cantero, vecino precisamente de Viloalle, habría de tapar con grandes sillares toda la luz del primer arco según se viene de Mondoñedo. Lo haría de forma provisional, a fin de que la caudalosa corriente del agua no le impidiese acometer la reparación propiamente dicha, que tendría lugar en el pilar que dividía dicho arco del segundo, así como en su correspondiente tajamar. Estas partes las tendría que deshacer y asentar de nuevo. Eliminaría además los árboles nacidos en los “cortamares”, así como las raíces de las hiedras que revestían la cantería del edificio. También lo pavimentaría con losas y aumentaría el tamaño de la calzada hacia Mondoñedo, empedrándola con guijarros. Tendría que tener todo listo como muy tarde para noviembre, enmendando antes que nada el mencionado pilar por la urgencia que entrañaba65.

Lo cierto es que Diego Ibáñez Pacheco se convirtió en un especialista en la construcción y reparación de puentes, de ahí que se le contratasen tantos, y que, por no dar abasto con todos, los subcontratase a otros arquitectos y maestros canteros. En 1631 le traspasó a Miguel Arias da Barreira la mitad de la reedificación del de Galiñeiros, que aún hoy comunica las feligresías de San Pedro de Arxemil y San Miguel de Pedrafita (O Corgo, Lugo), mientras que la otra mitad se la asignó a Domingo Vázquez, un maestro de cantería avecindado en Villafranca del Bierzo. En 1649 Ibáñez Pacheco también asumió la reparación del puente de Neira de Rei (Baralla, Lugo), o el de Portomarín, y asimismo se repartió su edificación con otros maestros, entre los cuales se hallaban el propio Miguel Arias, Antonio Rodríguez Maseda o Francisco López Rosillo66. Por su parte, Pedro de Palacios también debió especializarse en este tipo de obras, pues así lo acredita el currículum que le conocemos, y el hecho de que en 1645 los vecinos de las feligresías de Conforto, Vilameá y Vilaoudriz (A Pontoneva, Lugo), le reclamasen en calidad de “maestro y sobrestante de obras y puentes”. Querían que acudiese al río Eo a ver el deficiente estado en que se hallaba el Puente Nuevo y sus cuatro pilares, dado que en los últimos años había sufrido todo tipo de reparos inútiles, entre ellos los del cantero mindoniense Juan Rodríguez67.

Pese a su experiencia en este tipo de obras, Palacios no salió bien parado en la de Viloalle, pues el 7 de octubre de 1641 el Ayuntamiento se concertó con él para que reedificase el pilar que precisamente había reparado “seis o siete anos” antes. Dicho “estriuo” se hallaba entonces “desmoronado” y con riesgo de arruinarse aún más con las “crecientes del agua en el inbierno”, lo que motivó que el Consistorio estableciese con él un pleito por entender que la obra “hauia quedado falssa y no se auia echo conforme a las condiciones contenidas en la escritura del concierto”. Para asegurarse de ello, el Concejo había llamado a otros maestros a fin de que examinasen el estado del puente, pero como respondieron “indecissamente” prefirió convenirse nuevamente con Palacios en su arreglo. El maestro cobraría 20 ducados. Pondría la cantería a su costa y habría de terminarlo en el presente mes de octubre68.

Pero ni por esas se consiguió dar la debida firmeza al pilar. El 1 de octubre de 1653 el Ayuntamiento ordenó arreglarlo dada la proximidad del invierno. Veinte días más tarde algunos regidores comprobaron su estado junto con Antonio Rodríguez Maseda. Este les indicó que convenía restaurarlo cuando la corriente del río bajase con menor fuerza que en aquel otoño. Mientras tanto, como medida cautelar, debía retirarse parte de la arena que lo circundaba para que el caudal atravesase los arcos con mayor fluidez69. A finales de junio del año siguiente el Concejo hizo llamar a oficiales para que reparasen “por ahora” un “guardamar” que se había “desmoronado”70. Y finalmente el 3 de julio de 1654 compareció en el Consistorio el maestro cantero Pedro Díaz de Noriega, vecino de San Vicente de la Barquera, con quien se trató remediar dicho tajamar y el “agujero que esta en el pie del pilar de dicha puente”. El cántabro se comprometió a tener todo acabado para el inmediato 15 de agosto a cambio de 350 reales71. El día 31 el Concejo acudió a comprobar el estado en que había quedado, y lo halló bien salvo por “algunos oyos”, los cuales convendría subsanar antes de que se hundiesen más. También creyó conveniente reparar su segundo tajamar72.

En junio de 1657 la corporación municipal volvió a tratar la necesidad de mejorar el puente porque una de las bóvedas goteaba el agua que caía sobre su paso73. Poco tiempo después, el 1 octubre de 1659, se especificó que el caudal había provocado ciertas aperturas en los arcos. Así que aprobaron visitarlo en compañía de un maestro de cantería que se encargase de recomponerlo. Este debió ser Alonso Gutiérrez, pues pasados dos días se advirtió que también era menester enmendar el “poyal” de la entrada que se hallaba “caydo casi del todo”, y se ajustó con él la reforma en 300 reales74. Dos décadas más tarde, en julio de 1679, el alcalde mayor manifestó que el puente debía restaurarse de nuevo75. Justo cinco años después el Ayuntamiento acordó mejorar su calzada76. Y el 18 de septiembre de 1686 determinó llamar a Antonio Rodríguez Maseda para que examinase su estado y se ajustasen con él los reparos que precisaba77. Pasados tres meses Antonio hizo testamento. Declaró que el Concejo le debía 500 reales de las obras que dirigía en el puente, y que en consecuencia estaba adeudando ciertas partidas a los oficiales que le asistían78.

En julio de 1699 el Consistorio volvió a expresar que el puente necesitaba de una restauración. Entre septiembre y octubre de aquel año se enmendó por enésima vez la parte inferior de su primer arco según se viene de Mondoñedo. En esta ocasión el arreglo lo llevó a cabo el maestro local Miguel Rico de Sacido, quien había hecho postura de la obra en 460 reales, 25 más que los licitados por su colega Esteban González. Ahora bien, Miguel aseguró que su remedio tendría una durabilidad de unos 10 años79. Curiosamente, el 28 de diciembre de 1702, el Concejo lo inspeccionó junto con el maestro Alonso Rico, padre de Miguel, y este dictaminó que ya entonces amenazaba ruina80. La mala praxis de su hijo aquí precedió a la ya analizada en el puente de San Lázaro en 1710.

En agosto de 1744 el arquitecto José Martínez Celis efectuó un análisis pericial a petición del Ayuntamiento. Por aquel entonces el puente presentaba un aspecto desastroso. A este vecino de Vilanova de Lourenzá lo tenían en Mondoñedo por “el mejor maesttro de fabrica de puentes y otras ôbras de arquitetura de piedra que ay en esta probinzia”. Ignoramos si dicho personaje era el José Martínez que solía firmar como Celiz o Zeliz y que por aquel entonces tendría 64 años; o si, en realidad, era su hijo homónimo, que desde mediados de siglo comenzó a trabajar en la ciudad de A Coruña y su entorno81. Fuese quien fuese, el arquitecto tasó la restauración en 4500 reales de vellón. El Consistorio ordenó acometerla en lo que quedaba de agosto y el inmediato mes de septiembre, pues era la época del año en que corría menos agua, y le encomendó al procurador general que buscase artífices que quisiesen llevarla a cabo82. Pero esta no se hizo entonces83. Con lo cual, en otoño de 1749 el arquitecto José Vidal reconoció nuevamente su estado. Este personaje se había trasladado desde A Coruña a instancias del intendente general del Reino de Galicia para comprobar la situación de diversos puentes, caminos y pasos de la provincia de Mondoñedo. Declaró que el de Viloalle contaba con tres arcos y que su estado era bueno a excepción de los “cortamares y estriuos que estan ârruinados”. Manifestó también que era muy necesario reedificarlos lo antes posible y que su coste rondaría los 2500 reales. En todo caso lejos de los 6000 que valdría hacerlo ex novo en caso de que se arruinase por completo84. Aun así no debió repararse en aquel tiempo, pues en marzo de 1756 el Ayuntamiento advirtió que podría venirse abajo tras un nuevo reconocimiento hecho en esta ocasión por el maestro Pedro Estévez y Barros. Justo un año después se remató su arreglo en Esteban Fernández Villanueva por 3000 reales, quien ya tenía la obra finalizada en junio85. Ahora bien, dicho maestro no intervino en el arco mayor, que a inicios de 1761 presentaba tales daños que, de no enmendarse con prontitud, pondrían en riesgo la estructura del edificio hasta el extremo de desmoronarse. Al menos esta fue la sentencia que dieron los maestros Bartolomé Ramos y José Carballeda, a quienes se les contrató su composición por tan solo 400 reales86. Precisamente el propio Carballeda intervino por el doble en una de las cepas de dicho arco en septiembre de 1763, la cual se había deteriorado por culpa de las últimas riadas87. Apenas transcurridos dos años y a decir del maestro Fausto García, el arco menor que se encaminaba hacia Mondoñedo presentaba un grave riesgo de venirse abajo. Sus colegas Pedro Estévez y Barros y Luis Fernández Bouso presupuestaron su arreglo en 2300 reales, y la obra se remató en el maestro José Ramos por 190088.

Las obras acometidas entonces en el puente de Viloalle no han de confundirse con la subasta del puente de A Recadieira, ganada por Bartolomé Ramos el 29 de junio de 1764. Esta estructura se inscribía entonces en términos de la parroquia de Santa María de Viloalle –hoy lo hace en la de Nosa Señora de Os Remedios–, y lo contrató Ramos por 6700 reales luego de bajar en 300 la postura inicial de Pedro Estévez. Se hizo de un único arco. Su diseño pudo deberse al ingeniero militar Martín Gabriel. De ser así, lo habría proyectado en el verano de 1762 a raíz de una fortísima inundación que sufrió Mondoñedo en el año anterior. Fuese o no el tracista, la idea de llevarlo a cabo, así como la de arreglar uno de los tajamares de su homólogo del Pasatiempo, o la de realizar las obras del camino de Lindín, sí se debieron a dicho ingeniero. Todas estas actuaciones se las adjudicó el citado Bartolomé, quien bajo su mando contó con una nutrida compañía de oficiales avecindados en el curato de Mondoñedo, caso de Nicolás Polo, Salvador de Otero, Fausto García, José y Juan Antonio Ramos, Luis Fernández Bouso, Juan Albariño o Juan Prieto. Deberían concluir la flamante pasarela para octubre de 176489.

De todo lo dicho hasta ahora se desprende que el puente de Viloalle experimentó numerosas reformas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Fundamentalmente en su primer pilar si se viene de Mondoñedo y en los tajamares adyacentes a este. Tantas intervenciones justifican que su trazado no sea axialmente rectilíneo, sino sinuoso de principio a fin. A dichas composiciones también se debe el desigual formato de los arcos. El hecho de que en 1546 un cantero asegurase que la rasante del puente quedaba sumergida bajo las aguas cada vez que se producía una avenida, sumado a que no hemos hallado ninguna noticia acerca de una reedificación total del mismo, sino simplemente arreglos de mayor o menor importancia; y por último a que el arco central y el de salida, pese a sus reformas, tienden a un ligero apuntamiento, nos induce a pensar que pudo haberse construido ex novo en una fecha incierta pero concerniente a los años 1546-1594. A partir de ahí es posible que se efectuasen las continuas reparaciones documentadas. Su calzada mide aproximadamente unos 80 m de largo y el edificio se compone de grandes sillares graníticos. Los pretiles son más recientes, aunque por lo general no tanto como los añadidos en 2017, bien diferenciables porque su tono contrasta con la pátina adquirida por el resto de la obra con el transcurso de los años. El segundo pilar apenas conserva nada de sus tajamares. Todo lo contrario sucede con el primero, pues lo flanquean a ambos lados. El gran tamaño que presentan denota que su principal función fue la de servir de estribo al propio pilar. No en vano este constituyó durante toda la Época Moderna la zona más frágil e intervenida del edificio.

5. La Ponte Nova de Castro de Ouro

Este puente se halla a 17 km del núcleo urbano de Mondoñedo, en la parroquia de San Salvador do Castro de Ouro, perteneciente en la actualidad al municipio lucense de Alfoz (Fig. 9). La documentación de los siglos XVII y XVIII se refiere a él como puente del “Valle de Oro”, “Castrodoro” o “Castrodouro”. Sortea el cauce del río Ouro y se inscribía en el Camino Real que unía la capital mindoniense con la villa de Viveiro. En la actualidad se ubica a escasos metros de su emplazamiento original, pues hacia 1989-1990 fue desmontado para hacer uno acorde al tráfico de la carretera LU-160. Al parecer, en su nueva disposición se mudaron de sitio los antiguos tajamares y se perdió parte de un rótulo inscrito en él, del cual solo se conserva un trozo que apenas resulta legible. En cualquier caso, estos epígrafes solían aludir al corregidor, oidor o intendente bajo cuya responsabilidad se ejecutaba su construcción o reforma, e incluso podían referirse a otro personaje que hubiese promovido o financiado esta. En el caso que nos ocupa, las pocas letras descifrables de la segunda línea parecen mencionar al arcediano “LOP”. De ser así estaríamos ante una reseña al canónigo Lope de Salazar y Saavedra, que patrocinó su reedificación en la segunda década del siglo XVIII90.

Este edificio resultó una histórica preocupación para la ciudad de Mondoñedo, que siempre invirtió en él a fin de que ostentase la mayor firmeza posible para facilitar el tránsito de personas, monturas y mercancías por el Camino Real. El continuo tráfico que pasaba por el mismo y las frecuentes crecidas del Ouro ocasionaron todo tipo de desperfectos, que fueron subsanados en distintas ocasiones gracias al patrocinio de renombrados personajes mindonienses, materializando dichas reformas arquitectos y aparejadores instalados en la capital. Una primera muestra de ello se produjo el 31 de mayo de 1615. Por aquel entonces el maestro cántabro Pedro de Morlote, residente en Mondoñedo, compareció en Viveiro para escriturar la reedificación de “la puente nueba del Castrodoro”, luego de que el corregidor Villadiego de Montoya se la hubiese rematado en 800 ducados. El trasmerano tendría que deshacer parte de la vieja estructura, caso por ejemplo del arco mayor, para a continuación levantarla de nuevo. De la escritura notarial se desprende que el puente precedente ya contaba con tres arcos, siendo uno mucho más pequeño que los demás91. Con lo cual, como ocurría con el de Viloalle, puede que su fábrica primitiva fuese del siglo XVI. Sea como fuere, se desmoronó hacia 1613-1614, y la reforma de Morlote no debió de resultar del todo satisfactoria, pues hacia 1620 una crecida del río dañó uno de sus arcos y a partir de entonces se puso en marcha un repartimiento para financiar su arreglo92. En 1658 el Ayuntamiento mindoniense mostró inquietud por el estado de la infraestructura, pues se declaró sabedor de que lo estaba reparando un vecino vivariense y no precisamente de forma eficaz93.

Finalmente, el 4 de agosto de 1716, el maestro José Antonio Ferrón, vecino de Pontedeume (A Coruña) pero residente en la ciudad de Mondoñedo, en la cual se hallaba dirigiendo las obras de la iglesia conventual de la Encarnación y de la fachada del santuario de Los Remedios, ajustó la reedificación del puente con Domingo Pardo y Luaces, procurador general de la ciudad y de la provincia mindoniense. La financiación del mismo corrió mayoritariamente a cargo de un destacado miembro del Cabildo de Mondoñedo, el difunto arcediano de Trasancos don Lope de Salazar y Saavedra, quien había dejado 700 ducados a su heredero y sobrino, el también prebendado Juan de Torres Bracamonte, para que este se los entregase a dicho procurador y rehiciese con ellos el puente. El concierto establecido con Ferrón dictaminaba que la obra principiaría a inicios de septiembre de 1716 y se acabaría a fines de noviembre, siempre y cuando la climatología fuese favorable. El maestro eumés demolería la vieja fábrica de tres arcos y la reconstruiría desde los cimientos en base a una planta firmada por él. Ahora bien, el flamante edificio mantendría las mismas dimensiones del viejo, incluso en lo tocante a los arcos de cantería. Con lo cual, continuaría habiendo dos arcos mayores y uno menor, o lo que es lo mismo, su fisionomía no habría de cambiar demasiado. También presentaría “cortamares” del lado que recibiese el agua, y estribos profundos por el flanco contrario. En ambas entradas tendría pretiles de cantería y “desaogaderos”; y su calzada pétrea se desnivelaría para expeler con eficacia el agua que pudiese acumularse en su paso. Dicho de otra forma, contaría con la característica rasante alomada. En la parte superior del pretil se colocaría un letrero que reseñase la caridad con que lo había financiado Lope de Salazar, y sobre el mismo una cruz de piedra. A Ferrón le pondrían a pie de obra algunos materiales, tales como la cal, la madera para las cimbras, o la piedra aprovechable de la demolición del viejo puente. Cobraría 8400 reales de vellón por erigirlo, de los cuales, como dijimos, 7700 provendrían de la donación del arcediano. Pasados nueve días de la firma de la escritura, Ferrón se personó ante el procurador general para dar las debidas fianzas. El maestro cobró 400 reales por haber realizado el diseño y las condiciones de la obra, y asimismo por el viaje que había efectuado para reconocer in situ el lugar donde se ejecutaría. Aprovechó el encuentro con el procurador para asegurarle que, de hacerlo él solo, no podría terminarlo en el plazo estimado. Por este motivo se le aceptó que lo acompañasen como aparejadores otros dos maestros avecindados en Mondoñedo: Martín Fernández de Feal y Jacinto Darriba94.

En 1757, esto es, pasados cuarenta años de la construcción del puente, el Padre Sarmiento, entonces residente en el monasterio madrileño de San Martín, reseñó una anécdota que le había sucedido a un monje benedictino de dicho cenobio, en la que, a tenor de lo descrito, se alude al referido puente:

“al pasar por un puente en el Obispado de Mondoñedo en compañia de unos paysanos, advirtió que estos se paraban rezar con especial devocion. Preguntóles la causa, y le dixeron que rezaban por el alma de un Canónigo de Mondoñedo, que habia mandado fabricar su costa aquel Puente, en un sitio donde antes por falta de él habian sucedido mil desgracias; y que el mismo Canónigo se habia hallado allí en un fuerte peligro”95.

Nada volvemos a saber del puente hasta el 27 de julio de 1789. Entonces el maestro Ignacio Estévez, que contemporáneamente se hallaba dirigiendo las obras del crucero de la catedral de Mondoñedo, llevó a cabo un examen pericial del mismo. Manifestó que su cuerpo alto y sus tres arcos eran de pizarra, siendo solo de cantería la parte inferior. Esto significa que hubo de modificarse a posteriori de la obra de Ferrón, pues a él le habían contratado la ejecución de las arquerías y su dovelaje en sillares de cantería. Esto mismo lo confirmó el maestro de Tabeirós al expresar que los arcos “fueron renovados dos de ellos en lo antiguo”. Por lo demás, aunque no se conserva parte del folio que alude a sus “cortamares”, parece que ya entonces, como en la actualidad, estos se hallaban en el lado opuesto al curso del río, cuando Ferrón se había comprometido a hacer todo lo contrario. Estévez también pudo comprobar cómo la madre o cauce natural se había desplazado por culpa de la acumulación de maleza en los arcos central y menor. Así las cosas, propuso hacer una zanja y un paredón para devolver el agua a su cauce primigenio, e igualmente eliminar la arena y demás detritus que se amontonaban ante los arcos, con el consabido riesgo de tapiarlos, desmoronarlos, o desviar la corriente en caso de que se produjese una avenida extraordinaria. Tasó este y otros arreglos en 30 000 reales, pero ignoramos si se llevaron a cabo entonces96. Seguramente no, pues en marzo de 1792 llegó hasta Mondoñedo un Real Acuerdo por el que se mandaba reconocer su estado. En julio de aquel año el arquitecto académico Fernando Domínguez Romay levantó el plano para su arreglo, y en agosto se remató la obra en 3000 reales de vellón en un artífice cuyo nombre desconocemos97. Coetáneamente este maestro mayor de las fortificaciones del Reino de Galicia ya había intervenido en el diseño de otro puente de la Mariña Lucense a instancias del capitán general del Reino. Concretamente en el inmediato al santuario de Nosa Señora das Virtudes da Ponte, en la parroquia de San Pedro de Arante (Ribadeo). El diseño del mismo se debía al arquitecto Gabriel da Pedreira, vecino de Vilanova de Lourenzá (Fig. 10). Este personaje había sido elegido en diciembre de 1791 para proyectarlo y sustituir de esta forma al viejo puente de madera. En febrero de 1792 el capitán general devolvió el plano a un regidor de Mondoñedo para que se fijasen las cédulas de remate. Ahora bien, el proyecto de Gabriel traía consigo unas adiciones hechas por Fernando Domínguez Romay98. En la actualidad no se conserva la infraestructura dieciochesca.

Volviendo a la Ponte Nova do Castro de Ouro, cabe destacar que su calzada ronda los 50 metros de longitud y que el edificio se compone enteramente de sillares de cantería. Cada uno de sus arcos cuenta con un tamaño particular, no siendo el de mayor luz el central. El más amplio es el primero según se viene de Mondoñedo y presenta un formato apuntado, mientras que los dos restantes son rebajados. El edificio conserva en cada uno de sus extremos sendos “desaogaderos” y junto al de salida se recolocó en el siglo XX el rótulo antes mencionado. Pese a las distintas modificaciones que sufrió a lo largo de la historia, y, sobre todo, a la construcción ex novo que vivió a partir de 1716, no podemos olvidar que en aquella fecha se había configurado con el mismo número de arcos que presentaba el anterior, e igualmente cada uno de ellos con las dimensiones que tenían antaño.

6. Los puentecillos y la acequia del río de Sixto

En el Medievo, el Mondoñedo extramuros contaba con un riachuelo denominado Compín, rebautizado en la modernidad como río de Sixto. Su cauce corría paralelo a la muralla por su lienzo meridional hasta terminar desaguando en el Valiñadares. Lo cierto es que no dejaba de resultar un foso de la cerca medieval. De hecho, para penetrar en el núcleo intramuros había que salvar su corriente desde la Plazuela de la Fuente Vieja cruzando una gran piedra. Lo mismo sucedía si se quería pasar desde dicha plazuela a una calle conocida como Valada de Reigosa –hoy Rúa Febrero–. Pero mediada la década de 1760 este rudimentario sistema de paso se sustituyó por unos puentecillos de cantería con un solo arco de medio punto99. Dichas infraestructuras se hicieron a raíz de una gravísima inundación que sufrió la ciudad en los días 10 y 11 de septiembre de 1761, en la que perecieron seis personas y se dañaron multitud de inmuebles. Tuvieron que pasar años para que el sector meridional de la urbe recuperase el estado en que se hallaba antes del desastre. A ello contribuyó Carlos III otorgando más de 146 000 reales de vellón100. Como consecuencia de esta catástrofe se trazó un plan general de carácter preventivo que evitase que otro temporal resultase tan dañino. El encargado de diseñarlo fue el teniente coronel Martín Gabriel, un ingeniero del Ejército que en el verano de 1762 acudió hasta Mondoñedo para trazar el “mapa, reconocimiento y calculo” de las obras que habrían de acometerse101. Pero su idea de canalizar el río de Sixto bajo unas bóvedas subterráneas generó discrepancias, y, pasados dos años, el Ayuntamiento le encomendó al arquitecto Pedro Estévez y Barros que delinease un nuevo plano que se habría de enviar al intendente general del Reino de Galicia para que diese su aprobación102. Estévez y Barros efectuó dos mapas idénticos que recibieron la aprobación oficial el 6 de febrero de 1765103. Su propuesta se basaba en canalizar el agua del Sixto por medio de una acequia que afluiría en el Rego de Valiñadares (Fig. 11). La cruzarían dos puentecillos de cantería que comunicarían la Plazuela de la Fuente Vieja con la Valada de Reigosa y con una de las puertas de la muralla –conocida como Porta da Fonte–; y un último que se ubicaría junto a un cubo de la muralla denominado Torrillón. De igual manera, los vecinos de la Rúa da Rigueira podrían sortear el caudal del Sixto para llegar a sus casas andando sobre piedras de gran tamaño y escaso espesor. Esta solución no la reflejó en el plano pero sí la planteó. Aún hoy existen ejemplos de este rudimentario sistema de paso en el barrio dos Muíños. Los planteamientos de Pedro Estévez se sacaron a subasta el 21 de abril de 1765. Días antes, él mismo había fijado la postura inicial en 63 000 reales, pero se la adjudicó un grupo de maestros locales después de haber rebajado dicha cifra en 11 000 reales. Estos eran Fausto García, Nicolás Polo, Juan Prieto, Luis Fernández Bouso, José Ramos y Juan Antonio Ramos. Finalmente permitieron que Estévez ejerciese el liderazgo sobre ellos, y se obligaron a terminar las obras en un plazo de 18 meses104. Estas se alargaron hasta finales de 1767, aunque en mayo de dicho año ya debían estar avanzadas, pues el Ayuntamiento quiso efectuar un reconocimiento de todo lo que Estévez había operado hasta la fecha. Para tal fin nombró a los maestros José Carballeda y José de Silva, pero el propio Estévez alegó que ninguno de los dos podría elaborar un peritaje en condiciones porque ni eran arquitectos ni estaban familiarizados con la comprensión de mapas y planos. De hecho Carballeda ni tan siquiera sabía leer o escribir. De esta forma requirió que sus obras fuesen examinadas por profesionales más duchos en la materia. El Ayuntamiento le aseguró al intendente general del Reino que el único experto por aquellas tierras era un monje benedictino que al presente se hallaba “ynposiblittado”. Aunque no reveló el nombre del religioso, no existe la menor duda de que se trataba de fray Benito de Ponte, maestro de obras del monasterio de San Salvador de Vilanova de Lourenzá, al que el Concejo y la Iglesia mindonienses habían requerido en varias ocasiones desde la década anterior para que elaborase planos y análisis periciales de diversa índole. Terminado el conjunto de estas obras públicas en 1767, el intendente envió a Mondoñedo en mayo del año siguiente al arquitecto Francisco Antonio Zalaeta para que realizase el peritaje debido, y este reconoció que todo se había hecho satisfactoriamente105. En 1795 la acequia diseñada por Pedro Estévez sufrió desperfectos por causa de una inundación106. Pronto debió desaparecer bajo un nuevo pavimento, pues en los últimos años del primer tercio del siglo XIX el canal ya estaba cubierto, al menos en las inmediaciones de la Porta da Fonte, que sería demolida en 1834107. Sea como fuere, hoy se mantiene subterránea, aunque todavía resulta visible el antiguo puente dieciochesco que comunicaba la Plazuela de la Fuente Vieja con la urbe intramuros.

7. Conclusiones

Entre los siglos XVI y XVIII la provincia nororiental del Reino de Galicia, la de Mondoñedo, limítrofe con el Principado de Asturias y relativamente cercana a Cantabria, vio cómo se erigían y reconstruían numerosos puentes sobre sus ríos. En el presente trabajo hemos analizado en profundidad algunos de los inscritos en el Camino Real, como el del Pasatiempo; el de San Lázaro; el de Viloalle; o el de Castro de Ouro, y también hemos aportado nuevos datos y documentos gráficos acerca de otros cuya antigua estructura ha desaparecido, caso del de A Recadieira y el de Arante. Para conocer el origen de todos ellos; su primitiva fisionomía y ulteriores reedificaciones; los promotores, tracistas y constructores; así como el método de financiación empleado en sus obras, hemos realizado análisis in situ y una profunda investigación en varios archivos, tales como el Municipal de Mondoñedo, el de la Catedral de dicha ciudad, el Histórico Provincial de Lugo y el del Reino de Galicia. Los resultados de la misma ponen de manifiesto que en el fomento de estas infraestructuras públicas participaron instituciones como el Real Consejo, la Real Audiencia, el Ayuntamiento de la capital provincial, así como destacados miembros de la Iglesia mindoniense; y por supuesto los usuarios más asiduos, esto es, aquellos vecinos próximos a los puentes, quienes para llegar a distintas localidades tenían que atravesarlos de manera irremediable. Asimismo, hemos comprobado la evolución de estos edificios a lo largo de los siglos. En este sentido, algunos eran de madera en el siglo XVI pero paulatinamente se convirtieron en estructuras íntegramente pétreas. También hemos dado a conocer la inédita labor que numerosos arquitectos, ingenieros, aparejadores y maestros canteros desempeñaron en su diseño, construcción y reparación. Procedentes indistintamente de Galicia, Asturias y Cantabria, entre todos ellos merecen destacarse Pedro de Morlote, Pedro de Palacios, Diego Ibáñez Pacheco, Antonio Rodríguez Maseda, fray Lorenzo de Santa Teresa y Pedro Estévez y Barros. En definitiva, la metodología empleada en el presente trabajo ha servido para conocer en profundidad algunos de los puentes más señeros del noreste gallego, y, qué duda cabe, resultará útil a todo aquel que quiera hacer lo propio respecto a otros puentes de cualquier región de España.

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2 SAAVEDRA FERNÁNDEZ, Pegerto, Economía, Política…, p. 74; EIRAS ROEL, Antonio, “Una primera aproximación a la estructura demográfica urbana de Galicia en el censo de 1787”, Sémata, 1 (1988), pp. 156-157; EIRAS ROEL, Antonio, La población de Galicia, 1700-1860. Crecimiento, distribución y estructura de la población de Galicia en los siglos XVIII y XIX, La Coruña, Fundación Caixa Galicia, 1996, pp. 46-56.

3 SAAVEDRA FERNÁNDEZ, Pegerto, Economía, Política…, pp. 473-474; REY CASTELAO, Ofelia, A Galicia Clásica e Barroca, Vigo, Galaxia, 1998, pp. 11-12; LÓPEZ DÍAZ, María, “Poder e instituciones municipales: el concejo mindoniense en los siglos XVI y XVII”, Sémata, 15 (2003), pp. 415-444.

4 Antes de la creación del Real Consejo, los vecinos mindonienses ya contribuían con sus impuestos al “repartimiento de puentes, fuentes, calzadas y reconstrucción de las murallas”. Esta información se extrae de un acuerdo de carácter tributario tomado por los poderes de la ciudad en 1405; CAL PARDO, Enrique, Catálogo de los documentos medievales, escritos en pergamino, del Archivo de la Catedral de Mondoñedo (871-1492), Lugo, Diputación Provincial de Lugo, 1990, pp. 474-475.

5 Archivo Municipal de Mondoñedo [en adelante, AMM], Carp. 2317, s.f.

6 Acerca del antiguo itinerario del Camino Norte, véase FERNÁNDEZ PACIOS, Juan Ramón, Hospitalidade e peregrinación. O Camiño do Norte na Mariña luguesa, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2009, pp. 163-183.

7 MADRAZO, Santos, El sistema de comunicaciones en España, 1750-1850, T. I, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Turner, 1984, p. 245. Acerca de la red viaria gallega en el siglo XVIII conviene consultar GARCÍA-FUENTES DE LA FUENTE, Manuel, El camino de acceso a Galicia en el siglo XVIII, La Coruña, Diputación Provincial, 1987; GARCÍA-FUENTES DE LA FUENTE, Manuel, Galicia incomunicada por red viaria en el siglo XVIII, A Coruña, Universidade da Coruña, 1999; NÁRDIZ ORTIZ, Carlos, El territorio y los caminos en Galicia. Planos históricos de la red viaria, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1992.

8 Acerca de este método de financiación véase FERNÁNDEZ VEGA, Laura, La Real Audiencia de Galicia. Órgano de gobierno en el Antiguo Régimen (1480-1808), T. II, La Coruña, Diputación Provincial de La Coruña, 1983, pp. 15-17; ALVARADO BLANCO, Segundo; DURÁN FUENTES, Manuel y NÁRDIZ ORTIZ, Carlos, Pontes históricas de Galicia, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1991, p. 23; ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, Miguel Ángel, La arquitectura de puentes en Castilla y León (1575-1650), León, Junta de Castilla y León, 1992, pp. 27-29; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos de Domingo de Andrade. Arquitectura y sociedad en Galicia (1660-1712), Tesis Doctoral, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2004, pp. 522-523, 526-539; GORDO PELÁEZ, Luis J., Equipamientos y edificios municipales en la Corona de Castilla en el siglo XVI, Tesis Doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2010, pp. 61-62.

9 PENSADO, José L., Fr. Martín Sarmiento, testigo de su siglo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1972, pp. 38-39.

10 ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, Miguel Ángel, La arquitectura de puentes…, pp. 42-44. Acerca del importante papel jugado por los arquitectos y maestros de obras trasmeranos en la Galicia de los siglos XVI y XVII conviene consultar PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas que florecieron en Galicia durante los siglos XVI y XVII, Santiago, Seminario C. Central, 1930; SOJO Y LOMBA, Fermín de, Los Maestros Canteros de Trasmiera, Madrid, Huelves y Compañía, 1935; BONET CORREA, Antonio, La arquitectura en Galicia durante el siglo XVII, Madrid, CSIC, 1966; GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen; ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, Miguel Ángel; ALONSO RUIZ, Begoña y POLO SÁNCHEZ, Julio Juan, Artistas cántabros de la Edad Moderna. Su aportación al arte hispánico (diccionario biográfico-artístico), Santander, Universidad de Cantabria, 1991; ALONSO RUIZ, Begoña, El arte de la cantería. Los maestros trasmeranos de la Junta de Voto, Santander, Universidad de Cantabria, 1992; GOY DIZ, Ana, “Los trasmeranos en Galicia: la familia de los Arce”, en ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, Miguel Ángel (dir.), Juan de Herrera y su influencia. Actas del Simposio. Camargo, 14-17 julio 1992, Santander, Fundación Obra Pía Juan de Herrera, Universidad de Cantabria, 1993, pp. 147-163; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos…; DÚO RÁMILA, Diana, “Maestros canteros de Trasmiera en Galicia (siglo XVI)”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie VII, Historia del Arte, 24 (2011), pp. 81-100; CAGIGAS ABERASTURI, Ana I., Los maestros canteros de Trasmiera, Tesis Doctoral, Santander, Universidad de Cantabria, 2015; CAGIGAS ABERASTURI, Ana I., Canteros de Trasmiera. Historia social, Santander, Universidad de Cantabria, 2019.

11 VILLAAMIL Y CASTRO, José, Crónica de la Provincia de Lugo, Madrid, Aquiles Ronchi, 1866, p. 67; VILLARES PAZ, Ramón, “Puentes galaicas con algo de historia”, en BARREIRO RIVAS, Xosé Luís (coord.), Menos muros y más puentes. La ingeniería y la construcción del espacio civilizado, A Coruña, Grupo Puentes, 2007, pp. 42-44. Véanse más versiones de esta historia mítica en RUÍZ LEIVAS, Xosé, Guía fantástica de Mondoñedo. Paseo por las Rúas Mindonienses de la mano del recuerdo, la historia y la leyenda, Mondoñedo, Asociación de Amigos de la Ciudad de Mondoñedo, 2012, pp. 24-25.

12 Realmente se trata de un documento de 1410 que resulta un traslado de otro de 1305. También existen menciones de fines del siglo XV que señalan la proximidad de molinos al puente y de la zona de Pelamios sita en dicho barrio; CAL PARDO, Enrique, Catálogo de los documentos…, pp. 501, 610, 677; CAL PARDO, Enrique, Tumbos de la Catedral de Mondoñedo. Tumbo Pechado. Transcripción íntegra de sus documentos. Tomos I y II, Lugo, Diputación Provincial de Lugo, 2006, pp. 358, 422, 435; CAL PARDO, Enrique, Mondoñedo –Catedral, Cidade, Bispado– na segunda metade do século XV, Lugo, Deputación de Lugo, 2015, pp. 331-332.

13 FERNÁNDEZ PACIOS, Juan Ramón, Hospitalidade e peregrinación…, pp. 177, 286, 291-292.

14 REIGOSA MÉNDEZ, Roberto, “Cuidados en el espacio público durante el renacimiento en Mondoñedo”, Mondoñedo documental, fuentes para su estudio, (2017), [consulta: 2 de agosto de 2017], disponible: https://mondomedieval.blogspot.com/2017/05/cuidados-en-el-espacio-publico-durante.html

15 REIGOSA MÉNDEZ, Roberto, “Primeros datos sobre el puente del ‘Pasatempo’”, Mondoñedo documental, fuentes para su estudio, (2017), [consulta: 31 de junio de 2017], disponible: https://mondomedieval.blogspot.com/2017/03/primeros-datos-sobre-el-puente-del.html

16 AMM, Carp. 922, Libro de Actas (1586-1595), ff. 176r.-176v., 205v.; REIGOSA MÉNDEZ, Roberto, “Notas del Mondoñedo renacentista, fecha de construcción del puente de piedra de Ruzos”, Mondoñedo documental, fuentes para su estudio, (2017), [consulta: 2 de agosto de 2017], disponible: https://mondomedieval.blogspot.com/2017/06/notas-del-mondonedo-renacentista-fecha_95.html

17 El Consistorio acordó supervisarlos el mismo día de la reunión –6 de agosto de 1607–; AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), f. 348r.

18 La intervención en el del Pasatiempo fue de escasa relevancia, pues el cantero Fandiño –seguramente Alonso Fandiño– cobró tan solo 5 reales por ella; AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 254r.-255r.

19 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 309r., 310r., 311r., 313r.-314r., 315r.; Archivo Histórico Provincial de Lugo [en adelante, AHPL], Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 7193-5, ff. 87r.-87v., 200v.-205v.

20 Alonso cobró 20 reales por su trabajo. También intervinieron Alonso Díaz, Domingo de Loboso, Domingo López das Lousas o Diego de Monte entre otros. En total se les abonó 66,5 reales por su labor; AMM, Carp. 925, Libro de Actas (1633-1636), ff. 27v., 33v.

21 AMM, Carp. 925, Libro de Actas (1633-1636), ff. 206v.-207v., 210r., 225r.-225v.

22 AMM, Carp. 925, Libro de Actas (1633-1636), ff. 281r.-281v.

23 AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1651, ff. 5r.-5v. El 1 de noviembre de ese mismo año todavía no se habían inspeccionado los puentes mindonienses, AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1651, f. 42r. Respecto al de Portomarín, cabe resaltar que fue llevado a cabo por Diego Ibáñez Pacheco junto con otros maestros canteros de su órbita tales como Francisco López Rosillo o Antonio Rodríguez Maseda, GOY DIZ, Ana, “La actividad de un maestro cántabro en tierras de Lugo: Diego Ibáñez Pacheco”, Altamira, 52 (1996), p. 227; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos…, pp. 259, 937-938. El 27 de noviembre de 1651 el propio Rodríguez Maseda declaró que daba poder al arquitecto Diego Ibáñez Pacheco para que en su nombre pudiese cobrar el dinero “procedido de los repartimentos de las puentes de Portomarin y de Neira”, o sea, 3512 reales “que es lo que toca pagar para dichas puentes y sus adereços y reparos a la dicha villa de Vivero […] y a el como persona en quien se remato el adereço echura y reparo de la dicha puente de Portomarin”, AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Juan de Legaspe, leg. 8257-5, ff. 248r.-248v.

24 En 1658 el Consistorio ordenó arreglar el de Ruzos hasta en dos ocasiones. En abril de 1660 acordó despachar libranzas para que el procurador general pudiese pagar al desconocido equipo de canteros y carpinteros que habían trabajado en él; AMM, Carp. 929, Libro de Actas (1656-1660), 1658, ff. 65v., 96r., y 1660, f. 51r.

25 AMM, Carp. 934, Libro de Actas (1681-1685), f. 50r.

26 AMM, Carp. 934, Libro de Actas (1681-1685), acta municipal del 10 de julio de 1684, s.f.

27 AMM, Carp. 935, Libro de Actas (1686-1690), 1688, ff. 65r.-65v., 67v.-69v.; Archivo del Reino de Galicia [en adelante, ARG], Real Audiencia, leg. 14594-35, ff. 4r.-5r., 35v. Acerca de la figura de Antonio Rodríguez Maseda; véase esencialmente PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas…, pp. 477-480; BONET CORREA, Antonio, La arquitectura en Galicia…, pp. 531-532, 535-538; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos…, pp. 916, 937-983; GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo en los siglos XVII y XVIII. Construcción y nueva imagen de un centro de poder episcopal, Tesis Doctoral, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2020.

28 ARG, Real Audiencia, leg. 14594-35, ff. 4r., 14r.-14v., 23r., 31r.

29 AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Luis Fernández Salgado, leg. 8270-3, f. 29r. (primera foliación).

30 Actuó como fiador el licenciado Luis Romero, presbítero y organista de la catedral; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Agustín de Rega y Peña, leg. 8264-4, ff. 26r.-27r. Según Eduardo Lence-Santar dicha capilla se consagró el 8 de mayo de 1711. Este autor siempre la identificó como la de San Cayetano, ubicada en una colina que distaba del puente unos 500 metros aproximadamente, LENCE-SANTAR Y GUITIÁN, Eduardo, Mondoñedo: El Santuario de los Remedios, Mondoñedo, César G. Seco Romero, 1909, p. 77; LENCE-SANTAR Y GUITIÁN, Eduardo, Del Obispado de Mondoñedo, T. II, Mondoñedo, s.e., 1915, pp. 100-101. Sea como fuere, ninguna de las dos se conserva. Consta que la de San Cayetano se derribó avanzado el siglo XX, SAN CRISTÓBAL SEBASTIÁN, Santos, La ciudad de Mondoñedo, Lugo, Caja de Ahorros de La Coruña y Lugo, 1975, p. 56.

31 El equipo liderado por Bartolomé Ramos lo conformaban un gran número de maestros y canteros avecindados en Mondoñedo, tales como Nicolás Polo, Salvador de Otero, Fausto García, Juan Antonio y José Ramos, Luis Fernández Bouso, Juan Albariño y Juan Prieto. A todos ellos también les adjudicaron ese mismo 29 de junio de 1764 otras obras en la capital provincial, caso de la del camino de Lindín por 8000 reales o la del puente de A Recadieira por 6700; AMM, Carp. 2317, s.f.

32 AMM, Carp. 952, Libro de Actas (1771-1780), 1775 y 1776, s.f.

33 ALVARADO BLANCO, Segundo; DURÁN FUENTES, Manuel y NÁRDIZ ORTIZ, Carlos, Pontes históricas…, p. 355.

34 Acerca de dicho lazareto véase CUPEIRO LÓPEZ, Patricia, “El Lazareto de Mondoñedo”, Estudios Mindonienses, 24 (2008), pp. 435-485; GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 388-390.

35 Esta reseña al puente de Brea fue interpretada por Enrique Cal Pardo como si se tratase del de Ruzos; CAL PARDO, Enrique, Catálogo de los documentos…, p. 365; CAL PARDO, Enrique, Tumbos del Archivo de la Catedral de Mondoñedo. Calendarios. Transcripción íntegra de sus documentos, Lugo, Diputación Provincial de Lugo, 2005, p. 375.

36 FERNÁNDEZ PACIOS, Juan Ramón, Hospitalidade e peregrinación…, pp. 287, 292.

37 REIGOSA MÉNDEZ, Roberto, “Cuidados en el espacio público…”.

38 AMM, Carp. 922, Libro de Actas (1586-1595), ff. 205v.-206v., 208v.; REIGOSA MÉNDEZ, Roberto, “Notas del Mondoñedo renacentista. Puente sobre el Río Brea (Valiñadares) en el lugar de Veiga de Brea (San Lázaro)”, Mondoñedo documental, fuentes para su estudio, (2017), [consulta: 2 de agosto de 2017], disponible: https://mondomedieval.blogspot.com/2017/06/notas-del-mondonedo-renacentista-puente.html

39 Respecto a la financiación de la obra, el Ayuntamiento llegó a un acuerdo con los vecinos de San Pedro da Torre, O Reguengo y Vigo –aldeas sitas al noreste de la urbe y de obligado paso por el puente–, para que entre ellas se repartiesen la mitad del costo de su reparo. De financiar la parte que correspondería a los vecinos del núcleo urbano se encargaría el alcalde mayor, quien la tomó por cuenta propia; AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), f. 254v. En cuanto a Francisco de Castañeda cabe destacar que fue aparejador de la obra de la girola de la catedral de Mondoñedo, diseñada por el también trasmerano Pedro de Morlote hacia 1597-1598, y concluida en el primer lustro del siglo XVII, GÓMEZ DARRIBA, Javier, “El maestro trasmerano Pedro de Morlote y la nueva cabecera de la catedral de Mondoñedo (1598-1603)”, Quintana, 17 (2018) pp. 239-259, disponible: https://doi.org/10.15304/qui.17.5173; GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 42-46, 157-178. A partir de 1605 también actuó como aparejador del convento de la Inmaculada Concepción en Viveiro; PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas…, pp. 91-92; DONAPÉTRY IRIBARNEGARAY, Juan, Historia de Vivero y su concejo, Vivero, Artes Gráficas A. Santiago, 1953, pp. 230-231; ADRÁN GOÁS, Carlos y PARDO DE CELA, Santiago F., “La fundación del monasterio de la Inmaculada Concepción Francisca de Viveiro”, en PÉREZ LÓPEZ, Segundo Leonardo (coord.), El Monasterio de la Concepción, Viveiro, Centro de Estudios de la Diócesis de Mondoñedo Ferrol, 2001, pp. 79-82, 124-127; ADRÁN GOÁS, Carlos, “Abadologio”, en PÉREZ LÓPEZ, Segundo Leonardo (coord.), El Monasterio de la Concepción, Viveiro, Centro de Estudios de la Diócesis de Mondoñedo Ferrol, 2001, pp. 300-302.

40 El Consistorio acordó supervisarlos el mismo día de la reunión, esto es, el 6 de agosto de 1607; AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), f. 348r.

41 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 103v., 107v.

42 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 254r.-255r.

43 Así pues, se mandaron poner cédulas de remate para el día de la Asunción de mayo; AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 309r., 310r.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 7193-5, ff. 200v.-201r.

44 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), f. 310r.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 7193-5, ff. 87r.-87v., 201r.-202v.

45 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 313r.-314r.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 7193-5, ff. 203r.-204v. Acerca del formulismo del “prometido” en las pujas de la Galicia del siglo XVII véase TAÍN GUZMÁN, Miguel, Los arquitectos y la contratación de obra arquitectónica en la Galicia barroca (1650-1700), Sada, Ediciós do Castro, 1997, pp. 91-95.

46 Precisamente escasos años después, en mayo de 1622, a Juan Rodríguez “el Nuevo” se le remató la obra de un simple paredón en la orilla, junto al puente; AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), ff. 478r.-478v.

47 AHPL, Protocolos Notariales, Viveiro, Jácome Núñez de Castrillón, leg. 3884-1, ff. 143r.-146r.; PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas…, p. 397; CANOURA QUINTANA, Andrés, Alfoz y Valadouro. Historia de un Valle, Lugo, Diputación Provincial, 2000, p. 109.

48 AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), f. 315r.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 7193-5, ff. 198r.-199r., 200r., 205r.-205v. El 22 de febrero de 1619 el procurador de causas en las audiencias de Mondoñedo, Miguel Ibáñez, se obligó a devolver 100 reales a un vecino del lugar de San Pedro de Torre –próximo al puente–. Dicha cantidad se la había prestado con el objeto de poder pagar a Pedro de Morlote por su obra y por otras que había acometido en la muralla de la ciudad, AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Domingo Rodríguez Bermúdez, leg. 8374-3, f. 55r. En octubre de ese año el puente ya estaba terminado, pero Morlote solicitó al Ayuntamiento alargar el “empedrado y calzada” del mismo, AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), f. 381v. Tres meses después se desplomó un árbol sobre su flamante fábrica, ocasionando daños en el antepecho y en los paredones. El Consistorio aprobó que lo extrajese el cántabro de no hacerlo los vecinos, AMM, Carp. 924, Libro de Actas (1609-1622), f. 395v.

49 AMM, Carp. 929, Libro de Actas (1656-1660), acta municipal del 31 de octubre de 1660, s.f.

50 AMM, Carp. 940, Libro de Actas (1706-1710), 1706, f. 28v., 1710, s.f.; AMM, Carp. 941, Libro de Actas (1711-1715), 1712, s.f.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Agustín de Rega y Peña, leg. 8264-4, ff. 29r.-30v.

51 AMM, Carp. 941, Libro de Actas (1711-1715), acta municipal del 27 de abril de 1715, s.f.

52 AMM, Carp. 944, Libro de Actas (1726-1730), 1729, s.f.

53 AMM, Carp. 945, Libro de Actas (1731-1736), 1734, s.f.

54 Los datos que confirman la autoría del fraile se hallan en dos cabildos municipales; uno con fecha de 18 de marzo de 1736 y otro de 29 de noviembre de dicho año. En este último se aprobó la entrega de 900 reales al síndico del convento alcantarino de San Francisco del Rosal para que a su vez se los otorgase a fray Lorenzo por su trabajo; AMM, Carp. 945, Libro de Actas (1731-1736), 1734, 1735 y 1736, s.f. El citado costo total de la obra se reseña en una reunión consistorial del 18 de septiembre de 1738, AMM, Carp. 946, Libro de Actas (1737-1740), 1738, s.f. Es un hecho que los arquitectos pertenecientes a las órdenes religiosas solían tener habilidad para construir pequeñas infraestructuras ingenieriles como el expresado puente. Sobre la figura de estos peculiares legos en la Galicia moderna véase PITA GALÁN, Paula, Los frailes arquitectos del siglo XVIII en Galicia: trayectoria artística de los maestros regulares de las órdenes de San Benito, San Francisco y Santo Domingo, Tesis Doctoral, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2019. Acerca de fray Lorenzo de Santa Teresa consúltese GÓMEZ DARRIBA, Javier, “La arquitectura de la humildad. El convento alcantarino de San Francisco del Rosal en Mondoñedo”, Cuadernos de Estudios Gallegos, 67/133 (2020), pp. 103-132, https://doi.org/10.3989/ceg.2020.133.04

55 La luz de cada uno de los arcos mide 4,5 m de ancho; ALVARADO BLANCO, Segundo; DURÁN FUENTES, Manuel y NÁRDIZ ORTIZ, Carlos, Pontes históricas…, p. 356.

56 Acerca de las armas del municipio de Mondoñedo véase LENCE-SANTAR Y GUITIÁN, Eduardo, “Heráldica. Escudo de la ciudad de Mondoñedo”, Galicia, 9 (1906), pp. 4-5; FERNÁNDEZ VILLALBA, José Isidro, Mondoñedo, regreso al pasado. Recopilación de artículos publicados en diversos medios de comunicación por Don Eduardo Lence-Santar y Guitián, T. I, Mondoñedo, Museo Catedralicio y Diocesano de Mondoñedo, 1999, pp. 20-21, 179-180.

57 AMM, Carp. 831, s.f. En un texto panegírico que le dedicó el canónigo magistral de Mondoñedo a este obispo, se reseña que el prelado había contribuido generosamente a la composición de caminos públicos y calzadas; y también a la construcción de puentes, sin especificarse nada más acerca de esta cuestión, LÓPEZ DE LA FUENTE, José, Elogio funebre del Il.mo Señor D. Francisco Quadrillero Mota, del Consejo de S.M., Obispo, y Señor de la Ciudad, y Obispado de Mondoñedo, Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1797, p. 33.

58 AMM, Carp. 955, Libro de Actas (1797-1800), 1799, s.f. y acta municipal del 10 de diciembre de 1800, s.f.

59 Esta transcripción relativa al puente ha sido tomada de ARG, Real Audiencia, leg. 475-88, f. 4v.

60 FERNÁNDEZ PACIOS, Juan Ramón, Hospitalidade e peregrinación…, pp. 288, 293.

61 AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), ff. 175r., 196r., 198r.; AMM, Carp. 1625, s.f. Acerca de la Fuente Vieja véase GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 461-469.

62 AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), ff. 221r., 223v.

63 AMM, Carp. 923, Libro de Actas (1595-1608), ff. 248r.-249r., 270r. En relación a los repartimientos fruto de la obra de este puente, se conserva la relación de lo recaudado en alguna de las parroquias de la diócesis a inicios de 1605, AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Pedro de Saavedra y Cordido, leg. 7044-1, ff. 9r.-10v.

64 AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Alonso de Castro Estua y Labrada, leg. 1797-9, f. 103r. Gran parte de esta información se extrae de las reuniones consistoriales del 28 y 29 de abril de 1635, así como de la del 4 de agosto de dicho año, AMM, Carp. 925, Libro de Actas (1633-1636), ff. 206v.-207v., 210r., 225r.-225v. Acerca de la Real Provisión que obligaba a hacer repartimientos en los partidos de la provincia mindoniense véase AMM, Carp. 1625, s.f. Ya en abril de 1634 el Cabildo catedralicio había tratado acerca de los puentes derruidos en la ciudad para que la Real Audiencia permitiese configurar un arbitrio a lo largo y ancho de la diócesis, Archivo de la Catedral de Mondoñedo [en adelante, ACM], Actas Capitulares, vol. 11, f. 160r.

65 AMM, Carp. 1625, s.f.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Alonso de Castro Estua y Labrada, leg. 1797-9, ff. 101r.-106r.

66 PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas…, pp. 44, 295; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, “Aproximación a la figura del arquitecto clasicista Miguel Arias da Barreira (1631-1650)”, en FERNÁNDEZ CORTIZO, Camilo; GONZÁLEZ LOPO, Domingo Luis y MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Enrique (eds.), Universitas. Homenaje a Antonio Eiras Roel, T. II, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2002, p. 61; FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos…, pp. 259, 933, 937-938; GOY DIZ, Ana, “La actividad de un maestro cántabro…”, p. 227; GOY DIZ, Ana, “La transformación de los templos medievales en la época moderna: el caso de la iglesia de los franciscanos de Lugo, hoy parroquia de San Pedro”, en CACHEDA BARREIRO, Rosa Margarita, y FERNÁNDEZ MARTÍNEZ, Carla (coords.), Opus Monasticorum IX. Universos en Orden. Las órdenes religiosas y el patrimonio cultural iberoamericano, vol. 1, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2016, p. 549; HERVELLA VÁZQUEZ, José, “Reparación de varios puentes de Lugo en el siglo XVII”, Lucensia, 21/43 (2011), pp. 309-313.

67 El maestro aclaró que el problema derivaba del lugar donde radicaba, nada adecuado para la situación de un puente dado el caudal y la fuerte corriente. Convenía hacerlo en otro sito, aunque cerca del actual; ARG, Real Audiencia, leg. 15106, s.f.

68 AMM, Carp. 927, Libro de Actas (1641-1650), s.f.

69 AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1653, ff. 73v.-74r., 90v.-91r.

70 AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1654, ff. 87v.-88r.

71 AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1654, ff. 89v.-90r., 92v. El 14 de agosto se le entregaron 100 reales correspondientes al presupuesto acordado, y el 28 del mismo mes se le abonaron otros 250 que le debían, AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1654, ff. 109r., 117r. En dicha década Pedro Díaz de Noriega trabajó a las órdenes de Antonio Rodríguez Maseda y de Diego Ibáñez Pacheco en la construcción del primitivo convento de la Encarnación en Mondoñedo, GÓMEZ DARRIBA, Javier, “‘Reconstruyendo’ una ruina del siglo XVII. El desaparecido convento de la Encarnación de Mondoñedo”, Sémata, 31 (2019), pp. 257-258, https://doi.org/10.15304/s.31.5994

72 AMM, Carp. 928, Libro de Actas (1651-1655), 1654, ff. 117v.-118r.

73 AMM, Carp. 929, Libro de Actas (1656-1660), 1657, ff. 61v.-62r.

74 AMM, Carp. 929, Libro de Actas (1656-1660), 1659, ff. 87v.-89r. Alonso Gutiérrez había vivido en 1654-1655 entre Asturias y Cantabria, GÓMEZ DARRIBA, Javier, “‘Reconstruyendo’ una ruina…”, p. 258,

75 AMM, Carp. 933, Libro de Actas (1676-1680), 1679, ff. 49v.-50r.

76 AMM, Carp. 934, Libro de Actas (1681-1685), acta municipal del 10 de julio de 1684, s.f.

77 AMM, Carp. 935, Libro de Actas (1686-1690), 1686, s.f.

78 Estos eran: Juan de Orense, Juan Ledo, Pedro García Barriga, Estevo Rodríguez –que por cierto era casero del propio Rodríguez Maseda–, Antonio Ledo, Alonso Carreiras –que pudo ser el mismo que estuvo presente como testigo en la firma de dicho testamento–, Luis Davila de Viloalle, y, seguramente, Juan do Moíño, cuya decena de “cubilotes de cal” que le faltaban por pagar debieron destinarse para dicha obra; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Luis Fernández Salgado, leg. 8269-11, ff. 45v., 48r. (segunda foliación). Documento citado por FERNÁNDEZ GASALLA, Leopoldo, La arquitectura en tiempos…, p. 980.

79 AMM, Carp. 937, Libro de Actas (1696-1700), 1699, ff. 53r.-54v., 62v., 64r., 73v.-74r.

80 En mayo de 1703 se le libraron 15 reales a cuenta de lo que había trabajado en dicho puente; AMM, Carp. 938, Libro de Actas (1701-1703), 1702 y 1703, s.f.

81 Sobre ambos personajes véase GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 52-61.

82 AMM, Carp. 947, Libro de Actas (1741-1745), 1744, s.f.

83 A mediados de julio de 1746 todavía no se había arreglado el puente; AMM, Carp. 948, Libro de Actas (1746-1750), 1746, s.f.

84 El expediente de este perito se halla a continuación del acta municipal del 11 de octubre de 1748; AMM, Carp. 948, Libro de Actas (1746-1750), s.f.

85 La mención a Pedro Estévez en su labor de perito aparece en un acuerdo municipal no correspondiente a marzo de 1756, sino al 28 de enero de 1757; AMM, Carp. 950, Libro de Actas (1756-1760), 1756, 1757, s.f.; ACM, Actas Capitulares, vol. 20, f. 40v. (b).

86 AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1761, ff. 12r.-12v., 14v.-15r., 22r.

87 También pujaron por esta obra Pedro Estévez y Barros y Pedro de Santos; AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1763, ff. 49r., 53r.; AMM, Carp. 2317, s.f.

88 El 28 de noviembre de 1765 estaba terminada. Así lo reconoció el maestro de obras municipal José Carballeda; AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1765, ff. 51r.-52v., 55v.-57r.

89 Para las obras de Lindín contaban con un presupuesto de 8000 reales; AMM, Carp. 2317, s.f.

90 A la lectura de dicha inscripción y a la aportación de datos referentes al traslado del puente ha contribuido el historiador del arte Roberto Reigosa Méndez, a quien agradecemos su ayuda.

91 Actuaron como fiadores de Morlote Diego Pérez de Larrasa y Fernando de Castro; AHPL, Protocolos Notariales, Viveiro, Jácome Núñez de Castrillón, leg. 3884-1, ff. 143r.-146r.; PÉREZ COSTANTI, Pablo, Diccionario de artistas…, p. 397; CANOURA QUINTANA, Andrés, Alfoz y Valadouro…, p. 109.

92 VELA SANTAMARÍA, Francisco Javier, “El obispado de Mondoñedo en el tránsito del siglo XVI al XVII. Evolución de su población”, Liceo Franciscano, 213 (2019), p. 275.

93 AMM, Carp. 929, Libro de Actas (1656-1660), 1658, f. 40v.

94 AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Antonio Fernández de Parga, leg. 6856-4, ff. 152r.-154r.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Agustín de Rega y Peña, leg. 8265-2, ff. 70r.-73r. Esta última escritura confirma que José Antonio Ferrón era “residente al presente y desde algun tiempo a esta parte” en la ciudad de Mondoñedo. Algo lógico dado que allí dirigía las obras de las iglesias sobredichas. El puente debió concluirse más o menos en el plazo determinado. Pero a mediados de abril de 1717 todavía no se había satisfecho la totalidad del pago a los maestros, AMM, Carp. 942, Libro de Actas (1716-1720), 1717, s.f. Como en otoño la situación no tenía visos de mudar, al menos para Martín Fernández de Feal y Jacinto Darriba, el 4 de octubre comparecieron ante escribano para elevar su queja a los procuradores del Reino de Galicia, AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Agustín de Rega y Peña, leg. 8265-3, ff. 122r.-122v. La información que indica que Ferrón ejerció de aparejador en las iglesias mindonienses ha sido tomada de LENCE-SANTAR Y GUITIÁN, Eduardo, Mondoñedo: El Santuario…, p. 12; COUSELO BOUZAS, José, Galicia Artística en el siglo XVIII y primer tercio del XIX, Compostela, Seminario, 1932, p. 345; GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 262, 328.

95 Biblioteca Nacional de España, Mss/1975, f. 207v.; VALLADARES DE SOTOMAYOR, Antonio, Semanario erudito, que comprehende varias obras ineditas, criticas, morales, instructivas, politicas, historicas, satíricas, y jocosas de nuestros mejores autores antiguos y modernos, T. XX, Madrid, Blas Román, 1789, p. 135.

96 AMM, Carp. 1625, s.f. A este reconocimiento ya aludió COUSELO BOUZAS, José, Galicia Artística…, p. 286.

97 AMM, Carp. 954, Libro de Actas (1791-1796), actas municipales del 9 y 13 de marzo de 1792, del 22 de agosto de dicho año y del 12 de enero de 1793, s.f.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Luis Fernández del Riego, leg. 6281-6, ff. 47r.-47v. Sobre la figura de Fernando Domínguez y Romay véase PÉREZ RODRÍGUEZ, Fernando, “El arquitecto académico Fernando Domínguez y Romay (1751-1818): noticias sobre su vida, formación profesional y títulos”, en FERNÁNDEZ CORTIZO, Camilo; GONZÁLEZ LOPO, Domingo Luis y MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Enrique (eds.), Universitas. Homenaje a Antonio Eiras Roel, T. II, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2002, pp. 81-93.

98 AMM, Carp. 954, Libro de Actas (1791-1796), actas municipales del 11 de diciembre de 1791 y del 29 de febrero de 1792, s.f.; AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Luis Fernández del Riego, leg. 6281-6, f. 9r. Finalmente, hacia abril o incluso antes, la construcción fue adjudicada a Pedro Estévez y Barros en 27 000 reales. Este maestro vecino de Mondoñedo tendría hasta junio de 1793 para llevar a cabo “sus arcos, el pilar del medio, y tajamares de canteria con todo el antepecho del citado puente”, AHPL, Protocolos Notariales, Mondoñedo, Luis Fernández del Riego, leg. 6281-6, ff. 9r.-10r.

99 Sobre todas estas cuestiones véase la tesis doctoral de GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…

100 FLÓREZ, Henrique, España Sagrada. Theatro Geographico Historico de la Iglesia de España. Origen, divisiones, y límites de todas sus Provincias. Antiguedad, Traslaciones, y estado antiguo y presente de sus Sillas, con varias Disertaciones criticas. Tomo XVIII. De las Iglesias Britoniense, y Dumiense, incluidas en la actual de Mondoñedo, Madrid, Antonio Marín, 1764, pp. 283-284; CAL PARDO, Enrique, Episcopologio Mindoniense, Mondoñedo-Ferrol, Estudios Mindonienses, 2003, p. 787; GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 484-485.

101 El plano original firmado el 18 de agosto de 1762 se conserva en el Archivo Municipal de Mondoñedo, pero en un estado deplorable por causa de numerosas roturas y pliegues. Se inserta dentro de un expediente custodiado a su vez en una caja en la que también figura una copia realizada coetáneamente por Cayetano Cruz; AMM, Carp. 2317, s.f. Francisco Javier Novo Sánchez publicó una imagen del plano con la transcripción de su leyenda en VIGO TRASANCOS, Alfredo (dir.), Galicia y el siglo XVIII. Planos y dibujos de arquitectura y urbanismo (1701-1800), T. I y II, A Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 2011, pp. 656 y 355-356 respectivamente.

102 AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1764, ff. 15r., 17r., 23r.-24r., 26r.-26v., 32r., 49v.-50r. y 1765, ff. 6v.-7r., 12v.-13r.; AMM, Carp. 2317, s.f.

103 Se conservan en el AMM, Carp. 2317, s.f. Francisco Javier Novo Sánchez publicó uno de ellos e hizo alusión al otro en VIGO TRASANCOS, Alfredo (dir.), Galicia y el siglo XVIII..., T. I y II, pp. 656 y 355-356 respectivamente.

104 AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1765, ff. 35r.-38v., 39v.-43r., 47v.-48v., 1766, ff. 5r.-5v., 8v.-12v.-13r., 45v., 48v., y acta municipal del 14 de marzo de 1767, s.f.; AMM, Carp. 2317, s.f.

105 AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), 1767, s.f. y 1768, s.f.; AMM, Carp. 2317, s.f. Zalaeta empleó doce días en ir a Mondoñedo, hacer el peritaje y regresar. Cobró 60 reales por jornada, esto es, un total de 720, AMM, Carp. 951, Libro de Actas (1761-1770), acta municipal del 17 de mayo de 1768, s.f. Acerca de la figura de fray Benito de Ponte véase PITA GALÁN, Paula, Los frailes arquitectos…, pp. 886-888.

106 Así lo declaró el 27 de mayo Juan de la Barrera, un maestro de obras local y analfabeto; AMM, Carp. 831, s.f.

107 ARG, Real Audiencia, leg. 25469, s.f. Sobre la historia y derribo de dicha puerta véase GÓMEZ DARRIBA, Javier, La ciudad de Mondoñedo…, pp. 77-81, 107-108.

Fig. 1. Localización geográfica de los puentes objeto de estudio. En rojo el del Pasatiempo; en verde el de San Lázaro; en azul el de Viloalle; y en naranja el de Castro de Ouro. [Infografía del autor sobre la Carta Geométrica de Galicia de Domingo Fontán (1845). Imagen tomada de la Cartoteca del Instituto Geográfico Nacional]

Fig. 2. Puente de Ruzos o del Pasatiempo. Antonio Rodríguez Maseda. 1688-1689. Mondoñedo (Lugo). [Fotografía del autor]

Fig. 3. Puente de Ruzos o del Pasatiempo en una fotografía no posterior a 1904.

Mondoñedo (Lugo). [Colección F. Marful]

Fig. 4. Calzada del puente de Ruzos. Mondoñedo (Lugo). [Dibujo de José María Lugilde (1989) basado en una fotografía de J. Solá (1920). Tomado de LUGILDE, José M., Recordos do pasado. Lugo e provincia, Lugo, Dip. Prov. de Lugo, s.d., p. 85]

Fig. 5. Puente de San Lázaro. Fray Lorenzo de Santa Teresa. 1734-1735.

Mondoñedo (Lugo). [Fotografía del autor]

Figs. 6 y 7. Escudo con los instrumentos de la Pasión (izq.) y de la ciudad de Mondoñedo (der.) en el puente de San Lázaro. Fray Lorenzo de Santa Teresa. 1734-1735.

Mondoñedo (Lugo) [Fotografías del autor]

Fig. 8. Puente de Viloalle. H. 1546-1594. Reedificado parcialmente en los siglos XVII y XVIII. Mondoñedo (Lugo). [Fotografía del autor]

Fig. 9. Ponte Nova de Castro de Ouro. Siglo XVI. Reedificado en 1615 por Pedro de Morlote y en 1716 por José Antonio Ferrón. Recolocado en su nuevo emplazamiento hacia 1989-1990. Alfoz (Lugo). [Fotografía del autor]

Fig. 10. Plano del puente de A Ponte de Arante. Gabriel da Pedreira. 1791-1792. Ribadeo (Lugo), AMM, Carp. 2250-5, s.f. [Fotografía del autor]

Fig. 11. Plano de Mondoñedo. En tono salmón se aprecia la planta y alzado de la acequia. Los números 14, 15 y 22 corresponden a los puentecillos de cantería ideados para cruzar el río; el 85, ubicado junto a la Fuente Vieja (nº 16), al alzado de dichos puentes. Pedro Estévez y Barros. 1764-1765. Mondoñedo (Lugo), AMM, Carp. 2317, s.f. [Fotografía del autor]